Observando la vida política nacional he recordado las
clases del antiguo Bachillerato que cursé en el Instituto Columela de la calle San
Francisco. En concreto las de la asignatura llamada Formación del Espíritu
Nacional, las aburridas clases de política, con las que el Régimen intentaba
aleccionarnos sobre las excelencias de su ideología del partido único, la
Falange, en una Europa que caminaba desde el final de la II Guerra Mundial por
otro lado.
Este recuerdo me lo ha traído la aparición de una fuerza política que según dicen trae nuevas formas y soluciones a la crisis política, social y moral que vive España desde hace años. No pretendo ser original, pero no he
podido dejar de comparar las cosas que nos decían y nos hacían estudiar entonces
con las fórmulas novedosas del nuevo grupo político.
En primer lugar hay que reconocer que la ideología y las formas que adquieren ambas fuerzas políticas vienen diseñadas por sus líderes
supremos. Los dos grupos se definirán por lo que digan sus líderes o
fundadores, José Antonio Primo de Rivera en el primer caso y Pablo Iglesias en
el segundo. Lo que ellos digan será de obligada creencia y cumplimiento para
sus seguidores. Así lo primero con lo que nos encontramos es con su
adscripción ideológica. En las clases de
Política nos decían hasta la saciedad que la Falange no era ni de izquierda ni
de derecha, lo mismo que nos dicen los nuevos, tampoco eran un partido al uso,
eran un movimiento, expresión ambas que he escuchado al nuevo líder del siglo
XXI. Además ambos no ocultaban su odio a la democracia representativa,
que encarnaban en los años treinta del siglo XX la II República y en este siglo
XXI el régimen de la Transición, ofreciendo como alternativa el primero la
democracia orgánica de la familia, el municipio y el sindicato, algo parecido a
la fórmula de Maduro en Venezuela, y el segundo la democracia participativa o asamblearia.
Si nos fijamos en su vertiente social, ambas fuerzas
nacen en el área geográfica madrileña y promovidas por unos jóvenes universitarios elitistas,
los que entonces se llamaban señoritos, y a su llamada acuden sobre todo jóvenes,
miembros de las clases medias destruidas por la crisis económica, obreros
desengañados de los partidos y sindicatos de izquierda y el lumpen marginal
urbano que se apunta enseguida a cualquier opción donde pueda haber alguna
ganancia.
Como fuerzas políticas innovadoras necesitan marcar las
diferencias con los partidos clásicos. Tanto en la indumentaria, la camisa azul
obrera de la Falange sería el equivalente al buscado desaliño anti burgués de
los nuevos, como en su estética juvenil, influenciado el primer partido como
todos el movimiento fascista por el Romanticismo, lo idealizan con referencias
al espacio celestial, así se referían al puesto que tenían allí o hacían
guardia junto a los luceros, por lo que resulta curioso que los nuevos pretenden
ahora asaltar los cielos, supongo que será para después quedarse haciendo guardia en ellos.
Quizás mi incultura política me haga ver estos parecidos,
pero el otro día, leyendo una buena obra histórica, El nacimiento del Fascismo,
su autor Angelo Tasca dice que en 1921 cuando llegan los primeros diputados
fascistas al parlamento italiano, para marcar las diferencias con las fuerzas
políticas democráticas, se ausentaron mientras que el Rey de Italia daba su
discurso inaugural, retornando después a sus escaños. ¿Les suena? Puede
tratarse de una mala imitación o de una curiosa coincidencia. En todo caso
sería otro parecido razonable.