Recuerdo durante la Transición, cuando llevaba en la
Diputación Provincial un modesto negociado creado a toda prisa en el que, auxiliado
por otra persona, se llevaban todos los temas administrativos en materia de Cultura,
Educación, Deporte, Turismo y Fomento y Desarrollo, cinco áreas actuales, el
desprecio con el que los nuevos políticos trataron a las instituciones
culturales que se encontraron a su llegada. En concreto en el edificio de la
plaza de España residía el Instituto de Estudios Gaditanos, al que legalmente dejaron
intacto, pero del que despreciaron su
fondo bibliográfico, abandonado en su mayor parte en un pasillo a merced de
cualquiera y el resto confinado en un cuarto en la azotea en el que había hasta
ratones, ante mis inútiles protestas que sólo sirvieron para empezar a labrarme
un perfil de persona no adicta al nuevo régimen. Peor lo pasó otro compañero al
que ordenaron que montara y atendiera la
caseta de la Diputación en una feria del libro, caseta que llevaba un rótulo
con el nombre de la Corporación y del Instituto que editaba los libros que en
ella se vendían; la aparición de dicho rótulo provocó la ira en un Diputado,
hoy una alta personalidad en la vida pública gaditana, que llegó al insulto
personal vía telefónica, actitud disculpable ya que, al haber ingresado en el
P.S.O.E. directamente del Frente de Juventudes del Movimiento, todavía no había
tenido tiempo de aprender a relacionarse con sus subordinados en una
democracia.
Esta actitud la justificaban por entender, con razón, que
esta institución era un refugio de viejos
carcamales franquistas, aunque no sólo había de éstos. Ello no impidió que,
pasados los momentos iniciales de euforia por la conquista del poder, estos viejos carcamales franquistas volvieran
a tener las puertas abiertas e incluso algunos siguieran publicando sus obras y
teniendo influencia ahora compartida con compañeros de partido y con una fauna
de amigotes, pijos y otros bichos raros representantes de la nueva modernidad, y
toda clase de mangantes que se aproximaron vendiendo falsos proyectos
culturales a cambio de la correspondiente subvención.
Para ser justos debo decir que pasados unos años se
recompuso la situación, y la Diputación Provincial fue el centro de referencia
de publicaciones sobre temas provinciales, asesorada por la nueva generación de
profesores que vivieron el pase del Colegio Universitario a la U.C.A.
Una obra del Instituto de Estudios Gaditanos |
Situación similar se vivió en el Ayuntamiento, aunque creo
que Carlos Díaz sí protegió durante años el organismo correlativo, la Cátedra
Adolfo de Castro de la Fundación Municipal de Cultura que acabó igualmente
desapareciendo. Todavía recordamos los aficionados a la historia local su
Boletín Bibliográfico de Historia, que tan útil información nos facilitaba.
El Boletín de la Cátedra |
Pero todos esos organismos tenían un pecado de origen,
que en ellos se admitía la participación de simples ciudadanos más o menos
preocupados por la cultura provincial y local, lo que no podían permitir, por
desconfianza o por otros motivos peores, unos políticos a los que se les llenaba
la boca de palabras vacías sobre la participación y el voluntariado. Pedir a
estas alturas que se abran de nuevo éstas u otras instituciones similares es
perder el tiempo; cuando los estamentos políticos requieren la colaboración
ciudadana no piensan en el mundo cultural, que las nuevas generaciones
desconocen, pero sin embargo no tienen reparo en admitir en este campo a
cualquier aventurero o buscavidas que se camufle como uno de los suyos, como
hace por ejemplo el actual Ayuntamiento de
Cádiz.
Dejemos ya las nostalgias; los organismos a los que nos
referimos son parte de la historia cultural de nuestra provincia y nuestra ciudad
que ya no resucitarán, la nueva modernidad se ofrece espectacularmente
prometedora, adaptémonos al siglo XXI.
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