UN LEON DEL CORONEL BOONE MIRANDO A ROTA |
En la segunda mitad del siglo XIX era frecuente que las plazas de Cádiz, y los derribos de los antiguos conventos desamortizados, se utilizaran para ubicar en sus solares circos y teatros de diversas clases, es lo que pasó con el circo de la Gran Compañía de Atletas Rusos y Circo de Fieras cuyo representante Willians R. M. Adams consiguió gratis el permiso municipal para instalar el citado circo nada menos que en el entonces llamado Salón Alto del Paseo de Cristina o sea en la actual Alameda Apodaca. A cambio se comprometió a hacer una función cuya recaudación iría destinada “a beneficio de las clases menesterosas de la localidad”.
El circo se instaló en tan bonito paraje, pero las jaulas de los animales produciendo notables destrozos en el paseo que según la policía local de entonces consistieron en “5 verjas rotas, 3 estatuas de plomo, una partida por la mitad, otra con un brazo roto y otra sin cabeza. Los pilares y pretiles de las verjas destrozadas sin contar los desperfectos que puedan resultar cuando levanten las tiendas”. La reparación de estos desperfectos le costaron al Ayuntamiento 320 reales según el presupuesto que presentó el maestro Baldomero Mato.
Aunque esta cantidad no se le reclamó al circo, si se le instó a que diera en algún teatro estable la función benéfica a que se había comprometido, a lo que contestó Mr. Adams con una petición muy actual “Porque ningún teatro de la localidad tiene entrada a propósito para el coche jaula de los leones del Coronel Boone”, solicitó el permiso para instalar el circo en la plaza de San Antonio. El Ayuntamiento más insensible a las súplicas de los artistas que el actual contestó que esta plaza no era lugar idóneo y que hicieran la función en el Teatro Principal aunque fuera sin los leones del Coronel.
Así se hizo y el circo remitió a la Alcaldía 32 entradas para que las vendiera y destinara su importe a los menesterosos. Aunque el Alcalde así lo hizo y dispuso el reparto de las entradas remitiéndolas “con un besa la mano a las personas notables de la población”, el resultado fue desigual, ya que la mayoría rechazó aceptar estas entradas, y su pago consiguiente, por encontrarse “el cabeza de familia fuera de Cádiz por viaje” o “la familia de luto” por lo que sólo se pudo recaudar “135 pesetas que es la parte que se da a los pobres”.
Con este resultado económico se acaba esta historia, la Gran Compañía de Atletas Rusos y Circo de Fieras abandonó Cádiz dejando la Alameda destrozada para que la reparara el Ayuntamiento y a los gaditanos de ambos géneros embobados con los malabarismos y las piruetas de los atletas rusos y asustados con los rugidos de los fieros leones del Coronel Boone.
Del Archivo Histórico Municipal de Cádiz
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