lunes, 30 de enero de 2017

¿Machado machista?

       
    En los años sesenta del pasado siglo se pusieron de moda dos expresiones que venían de la entonces primera potencia mundial de Occidente, los Estados Unidos: la de mayoría silenciosa y la de lo políticamente correcto; se referían respectivamente a la mayoría de ciudadanos que apoyaban tácitamente a su gobierno frente a los que participaban en las manifestaciones que entonces se realizaban contra la guerra de Vietnam, y a la doctrina que emanaba de ese gobierno belicista y que se quería imponer a la prensa y a la vida diaria frente al lenguaje sincero y libre de los que entonces se llamaban progresistas. Eran expresiones propias de la derecha norteamericana que la izquierda europea, entre la que podíamos incluir a una muy endeble izquierda española, se encargó de demonizar condenando su sentido y hasta su propio uso.

            Pero los tiempos cambian. En el siglo XXI una izquierda ignorante que tiene a gala dar por finiquitados conceptos como el de la honradez o el de la cultura, y a la que le aburre cualquier preocupación ideológica hasta el extremo de adoptar como suyas ideas de sus adversarios como el nacionalismo, al estar preocupada tan sólo en buscarse su supervivencia económica y el sustento de los suyos con los fondos públicos de nuestros impuestos, se ejercita en cambio en prácticas tan progresistas como la censura del lenguaje,  que ahora debe ajustarse a una ortodoxia establecida no se sabe bien donde no por quién.
       
            Esta reflexión viene a cuento al leer la muy cuidada edición facsímil de Juan de Mairena: Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo de Antonio Machado, editada por la Universidad Internacional de Andalucía en 2014.

            En este maravilloso libro aparecen aisladas algunas ideas de su autor que, sometidas al análisis de la crema de la intelectualidad progresista actual imbuida de modernos conceptos feministas y animalistas, no dejarían en muy buen lugar al ilustre maestro sevillano.

            Respecto al lugar social de las mujeres se expresaba así en la página 116: “Donde la mujer suele estar, como en España –decía Juan de Mairena-, en su puesto, es decir, en su casa, cerca del fogón y consagrada al cuidado de sus hijos, es ella la que casi siempre domina, hasta imprimir el sello de su voluntad a la sociedad entera. El verdadero problema es allí el de la emancipación de los varones, sometidos a un régimen maternal demasiado rígido. La mujer perfectamente abacia (no he encontrado su significada, ignoro si es una errata o se refiere a abacial o conventual) en la vida pública, es voz cantante y voto decisivo en todo lo demás.”   

            Del voto femenino decía a continuación “Si unos cuantos viragos del sufragismo, que no faltan en ningún país, consiguiesen en España de la frivolidad masculina la concesión del voto a la mujer, las mujeres propiamente dichas votarían contra el voto; quiero decir que enterrarían en las urnas el régimen político que, imprudentemente, les concedió un derecho al que ellas no aspiraban.”

            En la página 244 aborda el “tema de la tauromaquia, cosa tan nuestra, -tan vuestra sobre todo- y, al mismo tiempo tan extraña”, alerta que hay que estar “un poco en guardia contra el hábito demasiado frecuente de escupir sobre todo lo nuestro, antes de acercarnos a ello para conocerlo.” Dice que “alguna vez hemos de meditar sobre las corridas de toros, y muy especialmente sobre la afición taurina.”

            Aunque anteriormente Mairena había expresado a sus alumnos “mi poca afición a las corridas de toros”, confesando que nunca le habían divertido y sospechaba que no divertían a nadie por ser un espectáculo demasiado serio para la diversión, sentencia sobre ellas “Nosotros nos preguntamos, porque somos filósofos, hombres de reflexión que buscan razones en los hechos, ¿qué son las corridas de toros?, ¿qué es esa afición taurina, esa afición al espectáculo sangriento de un hombre sacrificando a un toro, con riesgo de su propia vida? Y un matador señores –la palabra es grave-, que no es un matarife –esto menos que nada- ni un verdugo, ni un simulador de ejercicios cruentos, ¿qué es un matador, un espada, tan hazañoso como fugitivo, un ágil y esforzado sacrificador de reses bravas, mejor diré de reses enfierecidas para el acto de su sacrificio? Si no es un loco –todo antes que un loco nos parece este hombre docto y sesudo que no logra la maestría de su oficio antes de las primeras canas-, ¿será acaso, un sacerdote? No parece que pueda ser otra cosa.” 

            Respetando que se trata de un ensayo que habrá que tratar con las licencias que exige toda obra literaria, no cabe duda que transluce unos pensamientos que se inscriben dentro de la mentalidad del autor. En el tema del voto femenino se encuadra dentro de la oposición de la izquierda de la II República a este voto por suponer a la mujer española sometida a influencia de una Iglesia Católica muy conservadora. Su opinión sobre la tauromaquia se inscribe en el intento de los intelectuales de su generación por descubrir la verdadera naturaleza de las corridas de toros, lejos del simple espectáculo brutal y asesino de maltrato animal que sostienen hoy día la ideología animalista.


              Aunque estas reflexiones del maestro no hay que separarlas del ambiente cultural y la mentalidad social de la época en que se movían los hermanos Machado, leídos hoy a una juventud ligera de pensamiento y poco dispuesta al análisis y la lectura reposada, lo condenarían tristemente al infierno donde debe purgar la casta de reaccionarios y fascistas, condenados mediáticamente por quienes ignoran casi todo sobre su obra y su verdadero pensamiento.

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