En los años sesenta del pasado siglo se pusieron de moda
dos expresiones que venían de la entonces primera potencia mundial de
Occidente, los Estados Unidos: la de mayoría
silenciosa y la de lo políticamente
correcto; se referían respectivamente a la mayoría de ciudadanos que
apoyaban tácitamente a su gobierno frente a los que participaban en las
manifestaciones que entonces se realizaban contra la guerra de Vietnam, y a la
doctrina que emanaba de ese gobierno belicista y que se quería imponer a la
prensa y a la vida diaria frente al lenguaje sincero y libre de los que
entonces se llamaban progresistas. Eran expresiones propias de la derecha
norteamericana que la izquierda europea, entre la que podíamos incluir a una
muy endeble izquierda española, se encargó de demonizar condenando su sentido y
hasta su propio uso.
Pero los tiempos cambian. En el siglo XXI una izquierda
ignorante que tiene a gala dar por finiquitados conceptos como el de la
honradez o el de la cultura, y a la que le aburre cualquier preocupación
ideológica hasta el extremo de adoptar como suyas ideas de sus adversarios como
el nacionalismo, al estar preocupada tan sólo en buscarse su supervivencia
económica y el sustento de los suyos con los fondos públicos de nuestros
impuestos, se ejercita en cambio en prácticas tan progresistas como la censura
del lenguaje, que ahora debe ajustarse a
una ortodoxia establecida no se sabe bien donde no por quién.
Esta reflexión viene a cuento al leer la muy cuidada
edición facsímil de Juan de Mairena:
Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo de
Antonio Machado, editada por la Universidad Internacional de Andalucía en 2014.
En este maravilloso libro aparecen aisladas algunas ideas
de su autor que, sometidas al análisis de la
crema de la intelectualidad progresista actual imbuida de modernos
conceptos feministas y animalistas, no dejarían en muy buen lugar al ilustre
maestro sevillano.
Respecto al lugar social de las mujeres se expresaba así en
la página 116: “Donde la mujer suele estar, como en España –decía Juan de
Mairena-, en su puesto, es decir, en su casa, cerca del fogón y consagrada al
cuidado de sus hijos, es ella la que casi siempre domina, hasta imprimir el
sello de su voluntad a la sociedad entera. El verdadero problema es allí el de
la emancipación de los varones, sometidos a un régimen maternal demasiado
rígido. La mujer perfectamente abacia (no he encontrado su significada, ignoro
si es una errata o se refiere a abacial
o conventual) en la vida pública, es
voz cantante y voto decisivo en todo lo demás.”
Del voto femenino decía a continuación “Si unos cuantos
viragos del sufragismo, que no faltan en ningún país, consiguiesen en España de
la frivolidad masculina la concesión del voto a la mujer, las mujeres
propiamente dichas votarían contra el voto; quiero decir que enterrarían en las
urnas el régimen político que, imprudentemente, les concedió un derecho al que
ellas no aspiraban.”
En la página 244 aborda el “tema de la tauromaquia, cosa
tan nuestra, -tan vuestra sobre todo- y, al mismo tiempo tan extraña”, alerta que
hay que estar “un poco en guardia contra el hábito demasiado frecuente de
escupir sobre todo lo nuestro, antes de acercarnos a ello para conocerlo.” Dice
que “alguna vez hemos de meditar sobre las corridas de toros, y muy
especialmente sobre la afición taurina.”
Aunque anteriormente Mairena había expresado a sus
alumnos “mi poca afición a las corridas de toros”, confesando que nunca le
habían divertido y sospechaba que no divertían a nadie por ser un espectáculo
demasiado serio para la diversión, sentencia sobre ellas “Nosotros nos
preguntamos, porque somos filósofos, hombres de reflexión que buscan razones en
los hechos, ¿qué son las corridas de toros?, ¿qué es esa afición taurina, esa
afición al espectáculo sangriento de un hombre sacrificando a un toro, con
riesgo de su propia vida? Y un matador señores –la palabra es grave-, que no es
un matarife –esto menos que nada- ni un verdugo, ni un simulador de ejercicios
cruentos, ¿qué es un matador, un espada, tan hazañoso como fugitivo, un ágil y
esforzado sacrificador de reses bravas, mejor diré de reses enfierecidas para
el acto de su sacrificio? Si no es un loco –todo antes que un loco nos parece
este hombre docto y sesudo que no logra la maestría de su oficio antes de las
primeras canas-, ¿será acaso, un sacerdote? No parece que pueda ser otra
cosa.”
Respetando que se trata de un ensayo que habrá que tratar
con las licencias que exige toda obra literaria, no cabe duda que transluce
unos pensamientos que se inscriben dentro de la mentalidad del autor. En el
tema del voto femenino se encuadra dentro de la oposición de la izquierda de la
II República a este voto por suponer a la mujer española sometida a influencia de
una Iglesia Católica muy conservadora. Su opinión sobre la tauromaquia se
inscribe en el intento de los intelectuales de su generación por descubrir la
verdadera naturaleza de las corridas de toros, lejos del simple espectáculo
brutal y asesino de maltrato animal que sostienen hoy día la ideología
animalista.
Aunque estas
reflexiones del maestro no hay que separarlas del ambiente cultural y la
mentalidad social de la época en que se movían los hermanos Machado, leídos hoy
a una juventud ligera de pensamiento y poco dispuesta al análisis y la lectura
reposada, lo condenarían tristemente al infierno donde debe purgar la casta de
reaccionarios y fascistas, condenados mediáticamente por quienes ignoran casi todo
sobre su obra y su verdadero pensamiento.
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