sábado, 4 de julio de 2015

Los fusiles de Salvochea


            Atribuyo al desconocimiento real de la historia de Cádiz la exaltación mítica de la figura del Alcalde Fermín Salvochea que, al menos en su actuación pública, sólo aportó a su ciudad sangre, sufrimiento y ruina, aunque quizás en su haber habría que poner el derribo de varios conventos desamortizados, lo que después llevaría a la apertura de nuevas plazas para la ciudad. Creo que la fama de santidad que el pueblo le dio con posterioridad y que ha llegado hasta nuestros días, se debe más a su vida privada posterior a estos acontecimientos cuando, sin formar una familia y refugiado en el domicilio materno, se convirtió en una figura popular, un asceta que recorría la ciudad exhortando a sus amigos comerciantes a que practicaran la caridad con los gaditanos más necesitados. No hay que olvidar que, aparte de sus ideas progresistas, Fermín Salvochea se había criado en una familia conservadora y religiosa por partida doble, por los navarros y muy religiosos Salvochea y por los conversos y no menos religiosos Álvarez, que conocemos por la excelente biografía del político Mendizábal de la que es autor Manuel Ravina Martín.

        Una de las consecuencias para la ciudad de las intentonas revolucionarias de este Alcalde, sería el pago de los daños y perjuicios causados por la compra fallida de armas por cuenta del Ayuntamiento. En marzo de 1873 Fermín Salvochea accedió a la Alcaldía de Cádiz; en junio de ese año, el Ayuntamiento acordó la compra de fusiles para armar a las milicias ciudadanas, firmando el correspondiente contrato con la ya entonces prestigiosa casa norteamericana “Remington & Son”. Aunque para proceder al pago de estos fusiles intentó la venta de la custodia del Corpus, de propiedad municipal, al final no lo consiguió, por lo que consideró rescindido dicho contrato.

La fábrica de Armas de Remington & Son en el siglo XIX.
            En 1875, la Corporación gaditana recibió una reclamación formal de Samuel Norris, un representante de la compañía que se había trasladado a España e instalado en Madrid en el Hotel París, desde donde le reclamaba al Ayuntamiento “en nombre de la firma E. Remington e Hijos por los  perjuicios por la falta de cumplimiento por parte de la Corporación de cierto Contrato de armas efectuado por dicha Corporación en junio de 1873”.

         Como intermediario en Cádiz Norris contactó con el Cónsul en la ciudad Alfred Napoleón Alexander Duffie, quien llevó las negociaciones para lograr un acuerdo amistoso ante esta reclamación.
        
          ¿Quién era Duffie? Conocedores de la importancia que en el comercio con América tenía la ciudad, los Estados Unidos concedieron siempre mucha importancia a su consulado en Cádiz. Así este Cónsul era un prestigioso militar, héroe de la guerra que años atrás había asolado esta nación. Aunque nacido en París en 1835 y militar francés en diversas colonias africanas, marchó a América en 1859, participando en la guerra de Secesión donde llegó a ser Brigadier General de la Caballería del ejército del Norte.

Alfred Napoleón Alexander Duffie
               La propuesta de representante de la compañía vendedora era el pago por el Ayuntamiento “de 1.000 $ en efectivo al aprobarse el Presupuesto Adicional y 5.000 $ en Bonos de nueva creación”, aunque “la suma de los perjuicios excedía de los 1.710 $, así que la oferta era “una insignificante suma que sólo representa como una tercera parte de la verdadera suma de los perjuicios”. Pero había buena voluntad, “los Señores Remington tienen presente el deseo de liquidar de una vez esta demanda, teniendo también presente el estado financiero de la Corporación”, aunque si se rechazaba esta propuesta, “la otra opción es pedir judicialmente el cumplimiento íntegro del contrato inicial”.

            El Ayuntamiento nombro una Comisión especial para estudiar el tema y realizar otra propuesta de solución, pero al final en Diciembre de ese año se acordó fijar la indemnización en “1.000 pesetas en efectivo y 4.000 en Bonos de la Ciudad” de una emisión de deuda pública que pensaba emitir en breve.

            La moraleja de esta historia es que la Revolución, en su discurrir heroico y abnegado, olvida una obviedad, que después de gastar hay que pagar. Pero no hay que preocuparse, pues después como siempre será el pueblo quien se encargue del pago de las costas revolucionarias como sucedió en esta historia.

            Por cierto que uno de sus protagonistas, el General Duffie, falleció en nuestra ciudad el 8 de noviembre de 1880, solicitando su viuda Mary A. Duffie que su cuerpo fuera embalsamado para trasladarlo a los Estados Unidos, lo que se llevó a cabo por los médicos gaditanos Benito Alcina y Federico Godoy Mercader en el domicilio del Consulado, en el número 12 de la calle Isabel la Católica.


            Del Archivo Histórico Municipal de Cádiz

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