A la
vista de los colchones de los pordioseros forasteros acumulados en la plaza de la
fuente de las Tortugas o bajo las Puertas de Tierra, de las colchonetas
extendidas en varios puntos del centro de la ciudad, alguna de ellas con cocina
incorporada, y de la mendiga rumana contorsionista, me planteé escribir algo al respecto en este pequeño rincón, donde
una persona casi invisible como yo todavía puede expresarse con alguna
libertad.
Pero
antes tendré que hacer esta manifestación: Como hijo del pensamiento social
mayoritario existente en la Universidad y en casi toda la Sociedad en los años
sesenta y setenta del siglo pasado, creo que la atención primaria a estas
personas debe estar a cargo de los poderes públicos. Recuerdo que hace años, cuando
todavía los políticos se permitían relacionarse con ciudadanos independientes,
pertenecía a una tertulia que nos reuníamos a almorzar una vez al mes con una
tertulia de sobremesa, a la que asistía el Alcalde Carlos Díaz. El pobre debía
soportar una y otra vez que yo pidiera con insistencia que se abrieran al menos
un albergue y un comedor municipales. Claro que nunca me hizo caso, y esta
carencia se solucionó cuando se abrieron el albergue de Jesús Abandonado en la
calle Vea Murguía y el comedor de las Hijas de la Caridad de la calle María
Arteaga.
Pero
como esta bitácora trata fundamentalmente de temas de historia local, daré unas
breves pinceladas de cómo esta ciudad afrontó el problema de los mendigos
callejeros.
Atraídos
por la riqueza del Cádiz del comercio colonial en el siglo XVIII, la ciudad era
un lugar que atraía a numerosos mendigos, limitándose las autoridades a
controlar la actividad de éstos, como en 1771 cuando un bando disponía “Que
ningún pobre mujer u hombre, aunque sea a título de vergonzante pueda andar o
estar de firme, después del Ave María por las calles, ni llegar a las casas a
pedir limosnas”, para tratar de impedir la molestia de los pedigüeños en horas
intempestivas.
Pero
esta tolerancia se terminó años después. En 1784 un Bando del Gobernador Conde
O Reilly informaba que, puesto que ya se había abierto el Hospicio frente a la
Caleta al que podían acudir “los pobres a los que la necesidad obligaba a pedir
limosnas por las calles y plazas públicas con suma incomodidad suya” y allí tendrían
“comida, cama, colocación correspondiente a su sexo, edad, y estado, una
ocupación proporcionada a sus fuerzas y un trato caritativo”, prohibía “que
persona alguna pueda pedir limosna en esta Ciudad ni Extramuros”, aunque esta
prohibición no se extendía “a los socorros que franquean muchos vecinos a
personas necesitadas que viven cristianamente y recogidas en sus casas”.
Las
normas que dieron los gobiernos ilustrados de los Borbones contra los vagos
también llegaron a Cádiz; así en 1797 otro Bando disponía: “Que todas las
personas, assí naturales de esta Ciudad como Forasteros que no tengan oficio,
destino ni ocupación seguidas y honestas salgan de ella en el término de tres
días, pasado el cual, serán apreendidos en calidad de vagos”.
Prohibía
tajantemente la mendicidad, “Toda persona, de cualquier edad y sexo que sea, no
podrá pedir limosnas por las calles, Puertas, Plazas, paseos y demás sitios de
la Ciudad y sus Extramuros, pues los verdaderos necesitados tienen franca y
caritativamente sus socorros en la Casa de Misericordia (el Hospicio), donde
está recogido crecido número de ancianos, jóvenes e imposibilitados de
emplearse en trabajos y oficios. Y como desprecian estos religiosos socorros,
quedándose con el traje de mendigos es prueba de vagancia, inaplicación o
vicio, serán arrestados los contraventores para darles el destino que
correspondan, según las averiguaciones que se hagan de su necesidad, pueblos de
su naturaleza y conducta.
Por
último alertaba contra la costumbre de dar limosnas: “Que los vecinos honrados contribuirán
a que tenga toda su observancia este Capítulo, no suministrando por las Calles
ni en sus Puertas limosnas a los que no tienen necesidad de pedirlas, pues lo
contrario es dar aliciente al vicio y a la vagancia y a que aquéllos quiten al
verdadero pobre los auxilios que necesitan”.
Ya
en 1800 otro Bando disponía: “La felicidad que tienen los Pueblos que poseen
establecimientos piadosos en que se amparan los verdaderos indigentes, quita
todo pretexto a la mendiguez”. “Habiendo notado el Gobierno la excesiva
afluencia de mendigos que de algún tiempo a esta parte ha acudido a esta ciudad,
que en el término de cinco días se retiren de ella mendigos forasteros,
absteniéndose todos de pedir limosna por las calles, casas ni templos, (de lo
contrario) serán conducidos al Hospicio”.
Incluso
en 1820, tras el triunfo de la revolución de Riego y estando vigente de nuevo
la Constitución de Cádiz, el Ayuntamiento liberal publica otro Bando que, tras establecer un sistema de
delación entre los vecinos “para que
informen sobre la cualidad de vagos o mal entretenidos u ocupación inútil o
perjudicial de algunos individuos que no tienen oficio ni ocupación conocida”, disponía
“Que se recojan todos los pordioseros remitiéndolos al Hospicio donde quedarán
únicamente los naturales o vecinos de Cádiz verdaderamente menesterosos o
inhábiles; a los forasteros se remitirá al lugar de su vecindario”. Tan sólo se
permitía mendigar “a los que la expresada obra pía no pueda mantener y que por
su verdadera imposibilidad de trabajar se hallen necesitados de pedir limosnas”,
facilitándoles a éstos una licencia para pedir, con “la precisa condición de
llevar pendiente del cuello una tablilla donde está fixada dicha licencia, con
el fin de evitar los abusos y señalar a los compasivos el verdadero
necesitado”.
Reinando
Isabel II y establecida ya la obligación municipal de erradicar la mendicidad,
en el Reglamento de Policía de 1835 figuran como obligaciones de la Guardia Municipal
“Formar lista de los mendigos, averiguando los que pudiendo trabajar molestan
al vecindario, privando del socorro a los verdaderos necesitados”.
Y
así hasta que en 1901 se crea, bajo la protección del Ayuntamiento la
Asociación Gaditana de Caridad, que tenía por finalidad “evitar la mendicidad
en la vía pública”, lo que no impidió que años después, durante una de las
hambrunas que a principios del siglo XX asolaban los campos de nuestra
provincia, llegaran hasta las casas de los gaditanos numerosos mendigos, lo que
motivó que el Alcalde Cayetano del Toro a dirigirse a esta asociación
reclamando que cumpliera con sus fines y socorriera a estos pordioseros
evitando que estuvieran mendigando un trozo de pan por las calles y las casas.
Hace años, el gobierno municipal del P.P. pretendió
establecer una Ordenanza para prohibir la mendicidad callejera. La oposición se
lo impidió con la palabra mágica de “fachas” que, al parecer, era un
calificativo insoportable para la fina sensibilidad de los munícipes populares,
pues no se volvió a hablar más de este tema. Días atrás, contemplando en
compañía de un amigo sevillano como uno de estos mendigos profesionales, tumbado
en una colchoneta se freía a plena luz del día un par de huevos en plena calle
San Francisco, lamenté que a ningún concejal “humanista cristiano” del P.P.,
“progresista” del P.S.O.E. o
“revolucionario” de I. U. se le cayera la cara de vergüenza ante este
espectáculo.
Del
Archivo Municipal de Cádiz.
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