domingo, 23 de noviembre de 2014

Mendigos en Cádiz



A la vista de los colchones de los pordioseros forasteros acumulados en la plaza de la fuente de las Tortugas o bajo las Puertas de Tierra, de las colchonetas extendidas en varios puntos del centro de la ciudad, alguna de ellas con cocina incorporada, y de la mendiga rumana contorsionista, me planteé escribir algo al respecto en este pequeño rincón, donde una persona casi invisible como yo todavía puede expresarse con alguna libertad.

Pero antes tendré que hacer esta manifestación: Como hijo del pensamiento social mayoritario existente en la Universidad y en casi toda la Sociedad en los años sesenta y setenta del siglo pasado, creo que la atención primaria a estas personas debe estar a cargo de los poderes públicos. Recuerdo que hace años, cuando todavía los políticos se permitían relacionarse con ciudadanos independientes, pertenecía a una tertulia que nos reuníamos a almorzar una vez al mes con una tertulia de sobremesa, a la que asistía el Alcalde Carlos Díaz. El pobre debía soportar una y otra vez que yo pidiera con insistencia que se abrieran al menos un albergue y un comedor municipales. Claro que nunca me hizo caso, y esta carencia se solucionó cuando se abrieron el albergue de Jesús Abandonado en la calle Vea Murguía y el comedor de las Hijas de la Caridad de la calle María Arteaga.

Pero como esta bitácora trata fundamentalmente de temas de historia local, daré unas breves pinceladas de cómo esta ciudad afrontó el problema de los mendigos callejeros.       

Atraídos por la riqueza del Cádiz del comercio colonial en el siglo XVIII, la ciudad era un lugar que atraía a numerosos mendigos, limitándose las autoridades a controlar la actividad de éstos, como en 1771 cuando un bando disponía “Que ningún pobre mujer u hombre, aunque sea a título de vergonzante pueda andar o estar de firme, después del Ave María por las calles, ni llegar a las casas a pedir limosnas”, para tratar de impedir la molestia de los pedigüeños en horas intempestivas.

Pero esta tolerancia se terminó años después. En 1784 un Bando del Gobernador Conde O Reilly informaba que, puesto que ya se había abierto el Hospicio frente a la Caleta al que podían acudir “los pobres a los que la necesidad obligaba a pedir limosnas por las calles y plazas públicas con suma incomodidad suya” y allí tendrían “comida, cama, colocación correspondiente a su sexo, edad, y estado, una ocupación proporcionada a sus fuerzas y un trato caritativo”, prohibía “que persona alguna pueda pedir limosna en esta Ciudad ni Extramuros”, aunque esta prohibición no se extendía “a los socorros que franquean muchos vecinos a personas necesitadas que viven cristianamente y recogidas en sus casas”.

Las normas que dieron los gobiernos ilustrados de los Borbones contra los vagos también llegaron a Cádiz; así en 1797 otro Bando disponía: “Que todas las personas, assí naturales de esta Ciudad como Forasteros que no tengan oficio, destino ni ocupación seguidas y honestas salgan de ella en el término de tres días, pasado el cual, serán apreendidos en calidad de vagos”.

Prohibía tajantemente la mendicidad, “Toda persona, de cualquier edad y sexo que sea, no podrá pedir limosnas por las calles, Puertas, Plazas, paseos y demás sitios de la Ciudad y sus Extramuros, pues los verdaderos necesitados tienen franca y caritativamente sus socorros en la Casa de Misericordia (el Hospicio), donde está recogido crecido número de ancianos, jóvenes e imposibilitados de emplearse en trabajos y oficios. Y como desprecian estos religiosos socorros, quedándose con el traje de mendigos es prueba de vagancia, inaplicación o vicio, serán arrestados los contraventores para darles el destino que correspondan, según las averiguaciones que se hagan de su necesidad, pueblos de su naturaleza y conducta.

Por último alertaba contra la costumbre de dar limosnas: “Que los vecinos honrados contribuirán a que tenga toda su observancia este Capítulo, no suministrando por las Calles ni en sus Puertas limosnas a los que no tienen necesidad de pedirlas, pues lo contrario es dar aliciente al vicio y a la vagancia y a que aquéllos quiten al verdadero pobre los auxilios que necesitan”.

Ya en 1800 otro Bando disponía: “La felicidad que tienen los Pueblos que poseen establecimientos piadosos en que se amparan los verdaderos indigentes, quita todo pretexto a la mendiguez”. “Habiendo notado el Gobierno la excesiva afluencia de mendigos que de algún tiempo a esta parte ha acudido a esta ciudad, que en el término de cinco días se retiren de ella mendigos forasteros, absteniéndose todos de pedir limosna por las calles, casas ni templos, (de lo contrario) serán conducidos al Hospicio”.

Incluso en 1820, tras el triunfo de la revolución de Riego y estando vigente de nuevo la Constitución de Cádiz, el Ayuntamiento liberal publica otro  Bando que, tras establecer un sistema de delación entre los vecinos  “para que informen sobre la cualidad de vagos o mal entretenidos u ocupación inútil o perjudicial de algunos individuos que no tienen oficio ni ocupación conocida”, disponía “Que se recojan todos los pordioseros remitiéndolos al Hospicio donde quedarán únicamente los naturales o vecinos de Cádiz verdaderamente menesterosos o inhábiles; a los forasteros se remitirá al lugar de su vecindario”. Tan sólo se permitía mendigar “a los que la expresada obra pía no pueda mantener y que por su verdadera imposibilidad de trabajar se hallen necesitados de pedir limosnas”, facilitándoles a éstos una licencia para pedir, con “la precisa condición de llevar pendiente del cuello una tablilla donde está fixada dicha licencia, con el fin de evitar los abusos y señalar a los compasivos el verdadero necesitado”.

            Reinando Isabel II y establecida ya la obligación municipal de erradicar la mendicidad, en el Reglamento de Policía de 1835 figuran como obligaciones de la Guardia Municipal “Formar lista de los mendigos, averiguando los que pudiendo trabajar molestan al vecindario, privando del socorro a los verdaderos necesitados”.

Y así hasta que en 1901 se crea, bajo la protección del Ayuntamiento la Asociación Gaditana de Caridad, que tenía por finalidad “evitar la mendicidad en la vía pública”, lo que no impidió que años después, durante una de las hambrunas que a principios del siglo XX asolaban los campos de nuestra provincia, llegaran hasta las casas de los gaditanos numerosos mendigos, lo que motivó que el Alcalde Cayetano del Toro a dirigirse a esta asociación reclamando que cumpliera con sus fines y socorriera a estos pordioseros evitando que estuvieran mendigando un trozo de pan por las calles y las casas.

            Hace años, el gobierno municipal del P.P. pretendió establecer una Ordenanza para prohibir la mendicidad callejera. La oposición se lo impidió con la palabra mágica de “fachas” que, al parecer, era un calificativo insoportable para la fina sensibilidad de los munícipes populares, pues no se volvió a hablar más de este tema. Días atrás, contemplando en compañía de un amigo sevillano como uno de estos mendigos profesionales, tumbado en una colchoneta se freía a plena luz del día un par de huevos en plena calle San Francisco, lamenté que a ningún concejal “humanista cristiano” del P.P., “progresista” del  P.S.O.E. o “revolucionario” de I. U. se le cayera la cara de vergüenza ante este espectáculo.

Del Archivo Municipal de Cádiz.

 

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