jueves, 9 de octubre de 2014

Miedo al contagio

 

            Si en nuestro siglo XXI, a pesar de los gigantescos avances en la tecnología y en la medicina nos puede causar alarma, miedo y hasta pavor la posible presencia de una enfermedad contagiosa cuyo modo de contagio desconocemos, podemos imaginarnos lo que podía representar en la sociedad gaditana del siglo XIX la aparición de una epidemia entonces tan mortífera como el llamado cólera morbo.

            Las alarmas ante los brotes de cólera eran habituales en Cádiz y su entorno desde hacía siglos. Su condición de puerto de mar abierto a casi todo el mundo conocido, hacía que las autoridades ante la primera alarma implantaran una serie de medidas preventivas como la cuarentena de las personas, la clausura de los espectáculos públicos o la prohibición de entrada en la ciudad de alimentos o ropas que se suponía eran los propagadores de la mortal infección.

            Aunque la lucha contra esta epidemia dio lugar a numerosos sucesos muy curiosos desde nuestra óptica actual, ya que entonces resultarían dramáticos, hoy trataré sólo de dos actuaciones municipales que retratan hasta donde llegaba el miedo ante el contagio y la ignorancia de sus medios de propagación y de cura.

            El 23 de agosto de 1854 el Alcalde de Chiclana y Presidente de su Junta de Sanidad Francisco Manjón envía a su homólogo de Cádiz este escrito: “Gozándose en esta villa del más perfecto estado de salud por la Misericordia de Dios y declarado que en esa capital se padece el cólera morbo, la Junta de mi presidencia ha resuelto cerrar absolutamente toda comunicación con esa Plaza.” Y pensando en los chiclaneros que se encontraran en la plaza infectada, les conminaba así: “Al propio tiempo ha acordado conceder a los vecinos de esta población que se encontrasen en ésa, el término de hasta la hora de ponerse el sol del día de mañana, para regresar a sus hogares.”. 

            Otro ejemplo de miedo e insolidaridad se produjo años después. En 1860 regresan a Cádiz las tropas que habían participado en la guerra con Marruecos. En el mes de Febrero de ese año, al conocer la toma de Tetuán, el repique de las campanas de la ciudad y las bandas militares de la guarnición despertaron de madrugada a “un inmenso gentío embriagado de gozo llenaba las calles de la población y “con indecible entusiasmo” vitoreando a la Reina, “al valiente ejército español y a su ilustre caudillo”, “exaltando a las bizarras huestes de Isabel 2ª, dignas émulas de los esforzados tercios de la primera Isabel”.  Ese mismo día el Ayuntamiento acuerda “sacar procesionalmente por las calles de Cádiz el retrato de S. M. la Reina”.
Invitación a la procesión del retrato.
Incluso el mismo mes de Febrero, la Corporación municipal acuerda que se diera el nombre del general O´Donnell, el Duque de Tetuán que había dirigido las tropas españolas hacia la victoria, a una de las más céntricas calles de Cádiz, la calle Ancha.

La lápida para la anterior calle Ancha.

Pero ¿y los soldados? En el mes de Abril cuando las tropas victoriosas se acercaban a la ciudad, la Corporación se dirige al Gobernador Civil en un escrito que comenzaba así: “Uno de los más importantes deberes de V. E. es conservar la salud de los ciudadanos, la salud pública es la suprema ley” y “si a algunos buques que vienen de nuestras Antillas no se les da libre entrada, aunque gocen de la mejor salud los que en ellos viajan… hay que hacer lo mismo con nuestros regimientos que vuelven de la campaña de África “.

Alertaba que “los colchones, las prendas de vestir desaseadas y otros objetos ya se están introduciendo en Cádiz”, “atraviesan nuestras calles y extienden sus emanaciones con riesgo del vecindario que ya hoy está alarmado porque presiente sus consecuencias”.

Y aunque “muchas son las simpatías que nos unen a nuestro valiente ejército…y a nuestros soldados a los que no queremos de modo alguno negarles nuestra hospitalidad, nuestra entusiasta recepción, cual se merecen, como distinguidos héroes de la Patria”, proponía que los soldados y los oficiales se alojaran en los cuarteles y “que en modo alguno se alojen en las casas” como eran habitual; si traían con ellos sus colchones que se sacaran de la ciudad “procurando hacerlo a alta hora de la noche”; que sus “efectos de vestuarios y demás artículos que traigan de África se coloquen para su previa ventilación ya en la Aguada, ya en el fuerte de Puntales, ya en el Campo Soto”; que si venía algún enfermo, aunque no fuera de cólera, que no se mandara al más céntrico Hospital de San Juan de Dios; y por último que si había habido durante la travesía algún afectado por el cólera, “toda la tropa deberá desembarcar en Puerta Tierra y permanecer allí acampados hasta su marcha”.

La petición municipal tuvo eco acordándose por el Gobernador Civil y por la autoridad militar el acuartelamiento de la tropa y que toda la impedimenta que traían los soldados no entrara en Cádiz y quedara almacenada fuera de la población.
 
En Gerona aclamados, en Cádiz temidos.

                     
            Del Archivo Municipal de Cádiz


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