viernes, 12 de septiembre de 2014

Los escribientes de San Juan de Dios


            Aunque sea una estampa ya afortunadamente desaparecida de nuestras ciudades, hasta bien entrado el siglo XX era frecuente la utilización de los servicios de estos profesionales de la pluma o la máquina de escribir, los amanuenses o escribientes que por una módica cantidad rellenaban estadillos, escribían primorosas cartas de amor o de negocios o redactaban las instancias tan necesarias para cualquier trámite ciudadano ante las administraciones públicas de nuestro país.

            El analfabetismo reinante y la dificultad de redacción de los escritos dirigidos a autoridades y funcionarios propiciaron la aparición de verdaderos escritorios públicos en las cercanías de las sedes administrativas, en una estampa que todavía hoy puede contemplarse por desgracia  muchos países.
Escribiente en la Arequipa de Vargas Llosa.
 

     Muy conocidos fueron los escribientes de Barcelona, como los ubicados junto al Palau de la Virreina que aparecen en esta fotografía; por cierto que el último de estos amanuenses continuó con su actividad hasta 1992.
Los escribientes de Barcelona.
            En Cádiz hasta finales del siglo XIX los escribientes tuvieron su sitio entre los arcos de los soportales del Ayuntamiento. Las periódicas crisis económicas que azotaban a la ciudad arrojaban al paro y la pobreza a un buen número de personas que, por su esmerada educación familiar, por su anterior trabajo en los escritorios de las firmas mercantiles desaparecidas o por su condición de funcionarios cesantes por los cambios políticos, encontraban en esta modesta profesión una forma de ganarse el sustento.

            Para instalarse en los soportales se necesitaba el correspondiente permiso municipal, como el que solicita en 1840 Juan Pacheco quien “hace bastante tiempo se encuentra sin colocación alguna y en bastante indigencia, sin poder atender a socorrer y alimentos a sus hijos, por lo que ha pensado, para no ser víctima de la necesidad, establecerse o situarse en uno de los arcos que se encuentran vacantes de esta Casa Consistorial con el objeto de ocuparse de memorialista”. El permiso se le concedió, tras el informe favorable de su Alcalde de Barrio “sobre su conducta moral y política”.

            Este informe de conducta se exigía incluso a los que, por alguna circunstancia, dejaban de ejercer esta profesión durante algún tiempo. Es lo que le sucedió a Antonio Álvarez Osorio, casado y con dos hijos menores, quien había “faltado un año en ocupar la carpeta que se hallaba situada en el número 2 de los arcos”; por lo que necesitó que el Alcalde del Pópulo certificara que “D. Antonio Álvarez Osorio, vecino de esta demarcación Calle de la Posadilla nº 303, en el tiempo que ha estado avecindado en ella ha observado buena conducta, tanto moral como política”, para que se le autorizara su vuelta a los soportales.

            Pero aunque los soportales de San Juan de Dios servían de cobijo para escribientes y clientes, a veces las condiciones meteorológicas dificultaban la estancia en los mismos, lo que motivó la súplica que en 1839 dirigieron al Alcalde “Los escribientes públicos que subscriben establecidos con sus respectivas carpetas numeradas en los Arcos de las Casas Consistoriales” a los que, “por desgracia les es forzoso sufrir la rigidez de la invernada para buscar su subsistencia y las de sus esposas e hijos”, y que “con dolor del corazón han visto en los años pasados enfermar y ser víctimas algunos de sus compañeros a influjo de la intemperie, sin tener el auxilio de poderse guarecer en algunos puntos con la pared del frente”, por ello solicitaban que se les autorizara acercarse a la pared del edificio conservando el mismo orden en que se encontraban, lo que “no ocasiona el más leve perjuicio ni incomodidad al tránsito, se concilian los extremos para los despachos del público y se evitan los males y desgracias a que están expuestos”.

            Estos argumentos no conmovieron al Alcalde que al parecer no los quería tan cerca, por lo que sólo les dio permiso para “que se coloquen contra los macizos de los arcos y de espalda a éstos, vuelta la cara hacia la Casa Capitular”.

            Y de cara al Ayuntamiento continuaron los amanuenses ganándose la vida con sus plumas hasta los comienzos del siglo XX en que, por razones de seguridad pública al haber sufrido las Casas Consistoriales varios intentos de asalto, se quitaron de ese lugar, colocándose centinelas del Ejército e incluso prohibiéndose el paso de los peatones por debajo de los soportales.

            Del Archivo Histórico Municipal de Cádiz  

    

1 comentario:

  1. Esta práctica sigue en la actualidad en pueblos de Guatemala y Costa Rica. He tenido ocasión de comprobarlo cuando viajé por aquellos países.

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