Aunque sea una estampa ya afortunadamente desaparecida de
nuestras ciudades, hasta bien entrado el siglo XX era frecuente la utilización
de los servicios de estos profesionales de la pluma o la máquina de escribir,
los amanuenses o escribientes que por una módica cantidad rellenaban
estadillos, escribían primorosas cartas de amor o de negocios o redactaban las instancias
tan necesarias para cualquier trámite ciudadano ante las administraciones
públicas de nuestro país.
El analfabetismo reinante y la dificultad de redacción de
los escritos dirigidos a autoridades y funcionarios propiciaron la aparición de
verdaderos escritorios públicos en las cercanías de las sedes administrativas,
en una estampa que todavía hoy puede contemplarse por desgracia muchos países.
Escribiente en la Arequipa de Vargas Llosa. |
Muy conocidos fueron los escribientes de Barcelona, como los ubicados junto al Palau de la Virreina que aparecen en esta fotografía; por cierto que el último de estos amanuenses continuó con su actividad hasta 1992.
Los escribientes de Barcelona. |
En Cádiz hasta finales del siglo XIX los escribientes
tuvieron su sitio entre los arcos de los soportales del Ayuntamiento. Las periódicas
crisis económicas que azotaban a la ciudad arrojaban al paro y la pobreza a un
buen número de personas que, por su esmerada educación familiar, por su anterior
trabajo en los escritorios de las firmas mercantiles desaparecidas o por su
condición de funcionarios cesantes por los cambios políticos, encontraban en esta
modesta profesión una forma de ganarse el sustento.
Para instalarse en los soportales se necesitaba el
correspondiente permiso municipal, como el que solicita en 1840 Juan Pacheco quien
“hace bastante tiempo se encuentra sin colocación alguna y en bastante
indigencia, sin poder atender a socorrer y alimentos a sus hijos, por lo que ha
pensado, para no ser víctima de la necesidad, establecerse o situarse en uno de
los arcos que se encuentran vacantes de esta Casa Consistorial con el objeto de
ocuparse de memorialista”. El permiso se le concedió, tras el informe favorable
de su Alcalde de Barrio “sobre su conducta moral y política”.
Este informe de conducta se exigía incluso a los que, por
alguna circunstancia, dejaban de ejercer esta profesión durante algún tiempo.
Es lo que le sucedió a Antonio Álvarez Osorio, casado y con dos hijos menores,
quien había “faltado un año en ocupar la carpeta que se hallaba situada en el
número 2 de los arcos”; por lo que necesitó que el Alcalde del Pópulo
certificara que “D. Antonio Álvarez Osorio, vecino de esta demarcación Calle de
la Posadilla nº 303, en el tiempo que ha estado avecindado en ella ha observado
buena conducta, tanto moral como política”, para que se le autorizara su vuelta
a los soportales.
Pero aunque los soportales de San Juan de Dios servían de
cobijo para escribientes y clientes, a veces las condiciones meteorológicas dificultaban
la estancia en los mismos, lo que motivó la súplica que en 1839 dirigieron al
Alcalde “Los escribientes públicos que subscriben establecidos con sus
respectivas carpetas numeradas en los Arcos de las Casas Consistoriales” a los que,
“por desgracia les es forzoso sufrir la rigidez de la invernada para buscar su
subsistencia y las de sus esposas e hijos”, y que “con dolor del corazón han
visto en los años pasados enfermar y ser víctimas algunos de sus compañeros a
influjo de la intemperie, sin tener el auxilio de poderse guarecer en algunos
puntos con la pared del frente”, por ello solicitaban que se les autorizara
acercarse a la pared del edificio conservando el mismo orden en que se encontraban,
lo que “no ocasiona el más leve perjuicio ni incomodidad al tránsito, se
concilian los extremos para los despachos del público y se evitan los males y
desgracias a que están expuestos”.
Estos argumentos no conmovieron al Alcalde que al parecer no los quería tan cerca, por lo que sólo les
dio permiso para “que se coloquen contra los macizos de los arcos y de espalda a
éstos, vuelta la cara hacia la Casa Capitular”.
Y de cara al Ayuntamiento continuaron los amanuenses ganándose
la vida con sus plumas hasta los comienzos del siglo XX en que, por razones de
seguridad pública al haber sufrido las Casas Consistoriales varios intentos de
asalto, se quitaron de ese lugar, colocándose centinelas del Ejército e incluso
prohibiéndose el paso de los peatones por debajo de los soportales.
Del Archivo Histórico Municipal de Cádiz
Esta práctica sigue en la actualidad en pueblos de Guatemala y Costa Rica. He tenido ocasión de comprobarlo cuando viajé por aquellos países.
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