"La Columna" en 1851. |
Cuando yo era niño los “aguaores” eran unos señores que
aparecían en las aglomeraciones que se formaban en las entradas de los cines, del
fútbol o de los toros, vestidos con chaquetilla blanca, con un cántaro al
hombro y con una canana de metal reluciente en la que descansaban unos vasos de
cristal, ofreciendo su mercancía a los sedientos transeúntes por el
insignificante precio de una perra gorda, diez céntimos de las antiguas
pesetas.
Pero
también desde muy joven escuché que también llamaban la del “aguaor” a la
cofradía de la Columna de San Antonio. Desconocía a qué se debía esta denominación
popular hasta que se me desveló el misterio, pasado ya el ecuador del siglo XX,
cuando se planteó sacar su imagen en procesión con ocasión de una sequía que
asolaba los campos de nuestra provincia.
Para comprender este apelativo, sin remontarnos muchos
siglos atrás, nos situaremos en el siglo XIX, en una Iglesia Católica que,
hasta el Concilio Vaticano II, propiciaba una religión muy materialista, en la
que había que rendir culto a Dios, con oraciones, ofrendas y limosnas, para
pedirles favores materiales o para intentar aplacar su ira permanente por los
pecados del Mundo. Esta ira divina se manifestaba por medio de epidemias o fenómenos
naturales; la peste, una sequía continuada o el maremoto en el caso de Cádiz eran
señales del castigo divino que sólo terminaría cuando los fieles cumplieran con
la expiación correspondiente.
Uno
de los medios para borrar las culpas y obtener el perdón divino eran las rogativas
a las imágenes adecuadas, ya que existía una especialización y no servía cualquier
imagen, y al igual que San Roque era el especialista en las epidemias, en Cádiz
el especialista en sequías era, y supongo que todavía lo será para muchos, la
imagen del Cristo azotado de la cofradía de San Antonio.
Un ejemplo bastará, ocurrió en 1851, cuando la
Junta de Gobierno de esta cofradía formada por el Mayordomo 1º Manuel de
Segovia, el Mayordomo 2º Antonio Yelo, el Secretario Carlos García y el
Director Espiritual Salvador Moreno, se dirigen al Alcalde mostrándole “la grave
necesidad en que nos hallamos constituidos por la falta de lluvia que hace ya
tiempo se experimenta”, como “cofrades de la de Penitencia de N. P. Jesús
ligado a la Columna” y “convencidos por la experiencia de la eficacia que
siempre ha sido, para el remedio de esa penuria las súplicas al Señor ante esa su
sagrada Imagen”, habían concertado con el párroco de San Antonio “una devota
novena”, pero no creían que fuera suficiente con ésta “si no se le pide al
Señor públicamente, si no toma parte el pueblo todo con los clamores que parece
exige y si no se le conduce en pública y solemne rogativa a la Santa Iglesia
Catedral, como en otras ocasiones semejantes se ha practicado y con muy buenos
efectos”.
Y “siendo
propio del Excmo. Ayuntamiento como representante del pueblo promover esta
rogativa”, “persuadidos de la religiosidad de sus individuos, no menos que la
de V. S.” pedían que fuera la Corporación municipal la que solicitara al Obispo
que se celebrara esta procesión.
El Ayuntamiento
acordó solicitar la rogativa y asistir a ella tras lo que el Obispo Fray
Domingo de Silos Moreno se dirigió al Gobernador Civil y al Alcalde con una
carta de fecha 10 de diciembre en la que les expone “La extraordinaria sequía
que aflige a la Capital y Pueblos de la Provincia causa ya inquietudes vivísimas
a todos sus habitantes, temiendo con razón que, si el mal se prolonga algunos días
más, se aumenten hasta un punto no fácil de calcular los rigores que estamos
padeciendo”.
Como
era su obligación “excitar la fe y la piedad de mis diocesanos para que acudan
conmigo al Dios de las misericordias rogándole se apiade de nosotros y nos envía
la lluvia tan deseada” y convencido de que “El Señor, cuya justicia castiga con
estas calamidades públicas los pecados de su Pueblo, ha prometido oírnos y
acudir al remedio, siempre que contritos y humillados nos volvamos a él y con espíritu
y obras de verdadera penitencia imploremos sus piedades”.
Por
ello había dispuesto una procesión solemne con asistencia de todo el clero de
la ciudad, a la que invitaba a las autoridades, que saldría de la Catedral, “haciendo
estación en la Parroquia Auxiliar de San Antonio” de la que “volverá
conduciendo la Sagrada Imagen de Nº. Sr. Jesucristo de la Columna, que se
expondrá a la veneración pública de los fieles durante los nueve días de
rogativas, o más si continuase el grave conflicto en que nos hayamos”.
El 2
de Enero de 1852 el Obispo se dirige de nuevo al Gobierno Civil y al Ayuntamiento
porque “Habiéndose dignado el Señor oir las oraciones y los votos de su Pueblo
y mandarnos la lluvia de que tanta necesidad tenía este vecindario y los campos
de la Provincia”, correspondía agradecer el favor recibido celebrando el
domingo 4 en la Catedral un solemne Tedeum, tras el que saldría la imagen, que
había permanecido expuesta en la Catedral, de vuelta a San Antonio en otra procesión
solemne a la que se volvía a invitar a las autoridades “a este acto en que tanta
parte debe tomar la Piedad y la gratitud del Pueblo”.
Es
un pequeño pero claro ejemplo del uso utilitario de una representación de la Divinidad, con
destierro incluido en la Catedral, y sin que pudiera regresar a su templo
habitual hasta que accediera a los ruegos de los fieles y enviara la lluvia tan
esperada; y una muestra de la religiosidad popular gaditana ya olvidada.
Del Archivo Histórico Municipal de Cádiz.
El Obispo intermediario. |
Del Archivo Histórico Municipal de Cádiz.
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