lunes, 27 de enero de 2014

De Beato a Santo


            El domingo pasado, en su columna “El Palillero” José Joaquín León se lamentaba de que el Beato Diego José de Cádiz se hubiera quedado en beato y no hubiera alcanzado todavía la categoría de santo. Tras resaltar sus méritos y su relevancia histórica, atribuía su no promoción a la santidad a su supuesta “ideología política” y al hecho, al parecer negativo, de haber nacido en Cádiz,     ya que si hubiera nacido en otra ciudad, por ejemplo en la siempre envidiada Sevilla, hace tiempo que ya lo sería.

            Aunque esta modesta bitácora no es tribuna que pueda competir con los medios de comunicación que utilizan los partidarios de su tardía santificación, quisiera ofrecer mi opinión sobre esta marginación en el escalafón celestial de este gaditano por el único motivo de serlo.

Es cierto que nuestro paisano fue uno de los oradores más famoso de su tiempo, pero no es menos cierto que fue un hombre inculto, un fraile que ni siquiera dominaba los textos bíblicos cuyas lagunas resaltó en un informe a la Corona el mismo Obispo de Málaga, incultura que no le impidió reunir a multitudes que acudían atraídas por el magnetismo de su predicación adornada con los recursos más efectivos de la oratoria sagrada de esa época.

Lo que caracterizó al padre Cádiz era su odio cerril, no ya a toda  innovación científica, sino a cualquier conocimiento que no se basara en el contenido de la Biblia. Era un religioso que defendía un pensamiento opuesto al de otros religiosos como Feijoo o los clérigos que participaban en las Sociedades Económicas de Amigos del País, más partidarios de la modernidad de los conocimientos científicos y sociales de su siglo. Era un enemigo declarado de la Ilustración y como tal sería ensalzado por los partidarios de la España antiliberal hasta el punto de que en la posguerra nuestras autoridades académicas bautizaran con su nombre el Colegio Mayor de nuestra ciudad, como si su figura no representara todo lo contrario del espíritu científico  y universitario.

Es comprensible que en una Iglesia antiliberal y a la defensiva como la de finales el siglo XIX bajo el pontificado de León XIII se beatificara al padre Cádiz, pero desde entonces hasta este siglo XXI se han producido acontecimientos históricos y se han originado movimientos sociales que hacen indefendible desde cualquier punto de vista sus predicaciones. La asimilación por la Iglesia de las doctrinas sociales y políticas de los filósofos triunfantes en la Revolución Francesa y plasmadas en las declaraciones de derechos humanos como la de la O.N.U. de 1948 o la europea de 1950; del Socialismo incardinado en las sucesivas encíclicas papales; o de una Iglesia que, desde el Concilio Vaticano II posee otro sentido de su papel en el Mundo distinto del de ser la guardiana de los privilegios de los monarcas y los poderosos como en los siglos pasados.  

No puede defenderse la obra de Fray Diego José por las circunstancias o la mentalidad del momento histórico en que vivió, ya que los Evangelios estaban escritos desde la época de los romanos y emanaban para los creyentes un mandato de amor al prójimo y de caridad a los que ajustaron sus vidas y sus obras otros religiosos incluso de siglos anteriores desde Fray Luis de León hasta el padre las Casas.

Tampoco se puede defender su santificación desde un victimismo o pesimismo histórico gaditano; no se la hace santo porque es de Cádiz o porque  los gaditanos quieren poco a su tierra y a sus hijos más preclaros. Aunque alguna la segunda afirmación encierre algo de verdad, nuestro Beato no representa precisamente el espíritu del Cádiz del siglo XVIII, una ciudad acostumbrada desde siglos a la presencia motivada por el comercio de varias minorías nacionales, de no cristianos como los musulmanes y judíos, o de herejes como los extranjeros protestantes, sin que este cosmopolitismo planteara ningún problema para la convivencia ciudadana. El rencor del padre Cádiz que le llevó a alentar la guerra contra la Francia revolucionaria, no representa el espíritu pacífico, abierto y tolerante, esto es cristiano, de la ciudad de la que tomó su nombre.

Hace dos años pocos se opusieron a la conmemoración del segundo centenario de las Cortes de Cádiz; al contrario abundaron las alabanzas al espíritu de libertad y al intento de modernización de España que supuso su labor, incluida la Iglesia que resaltó la presencia de sus clérigos entre los diputados doceañistas. Si se quiere exaltar la obra y la figura de Fray Diego José de Cádiz en nuestros días convendría aclarar antes qué parte de la España del Antiguo Régimen al que se enfrentaron los constituyentes del Doce se pretende defender: ¿La Inquisición? ¿La esclavitud? ¿El tormento en los juicios? ¿La persecución de todas las libertades incluidas la de imprenta?

Dejemos al beato del Mentidero en paz y no nos acojamos, para ocultar  nuestra decadencia actual y diseñar un futuro más ilusionante, a defender la rehabilitación de dudosas glorias de nuestro pasado.

  

1 comentario:

  1. José m. Mis felicitacines por este post.
    Y que no remueban mucho este asunto porque lo bajan de beato a monaguillo. Un abrazo

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