domingo, 10 de noviembre de 2013

Un incidente cofrade



La calle de la Palma.
            Históricamente no ha sido la ciudad de Cádiz, pródiga en sacerdotes integristas, carlistas ni trabucaires que llamaban a la rebelión contra la autoridad civil; el clero gaditano, sin perder su ortodoxia, se ha dejado influenciar por el ambiente culto, educado y liberal de la mayoría de la población. Podemos decir que entre los dos polos extremos del Beato Diego José de Cádiz, asceta, orador vehemente, fustigador de herejes y pecadores, enemigo de la modernidad de su época y de las funestas libertades de la Revolución Francesa, y el mítico padre Miguelito, más socarrón y cercano al alma popular, dotado con la gracia de la tierra, y buen catador de cañas de manzanilla, que podemos contemplar en el magnífico cuadro de Godoy que se encuentra en el museo de la Plaza de Mina, la mayoría del “clero nativo” se inclinó más en la dirección de este último, por lo que en todo tiempo, incluso en los momentos más difíciles del Cantón cuando Fermín Salvochea derribaba  los conventos desamortizados y quería vender la Custodia del Corpus para comprar armas, se mantuvo una relación discrepante pero educada y respetuosa entre el Ayuntamiento y el Obispado.

            Sin embargo no fue de esta clase moderada el clérigo que tuvo que soportar a mediados del siglo XIX nuestro ilustre escritor Adolfo de Castro cuando, en cumplimiento de sus funciones como autoridad municipal, presidió la tradicional procesión de la Palma. Cuenta el incidente en la carta de protesta que remitió al Obispado, de la que sacamos la siguiente narración de los hechos ocurridos “En la religiosa procesión de rogativa que sin interrupción viene celebrándose anualmente el día de Todos los Santos desde el siguiente al de 1755 en que tuvo lugar el terremoto que tanta aflicción causó a esta Ciudad”

Aunque “constantemente se ha dirigido este acto religioso por el barrio de la Viña, para lo cual únicamente se concedió autorización por el Alcalde 1º”, a él le llegaría algún rumor de que la intención de los cofrades no era respetar el itinerario tradicional por lo que, “Noticiosa mi autoridad que dicha procesión iba a llevar una dirección distinta, prolongándose por las calles de la Torre y Capuchinos, dispuse se llamara al Mayordomo de la Hermandad de Nª Sª de la Palma con objeto de enterarme de la certeza que pudiera tener aquella noticia. Se me presentó una persona con una varilla de oficial de la Hermandad a quién pregunté sobre la marcha que llevaba la procesión confirmándome dicha noticia, al cual previne trasmitiera al Mayordomo que no cambiara la carrera de todos los años”.

Y se lamenta, “Con sentimiento observé que se había despreciado mi atenta súplica y que al salir la procesión de la Casa Hospicio (el actual Valcárcel) tomaba la dirección opuesta a la calle de la Palma donde está situada la capilla de la milagrosa imagen”.

Ante este incumplimiento “Con los modales propios de la buena educación y con la atención debida, determiné que la cruz que la guiaba se pusiera en marcha para su Santuario, disposición que me vi forzado a adoptar porque era ya tarde y porque a la autoridad civil se haya encomendada la conservación del orden público, la dirección de las procesiones y el que haya orden en ellas”.

Cuando Adolfo de Castro le transmitía esta orden al Mayordomo “el presbítero Don Luis María Morote, que iba revestido con su capa pluvial, salió a la puerta de aquel establecimiento e insultó a un cabo de la Guardia Municipal, dando tales voces que llamaron mi atención por el desentono y virulencia con que se pronunciaban”. Se acercó al lugar de las voces “donde a fuerza de mucho trabajo pude llegar, presentándome y haciéndole presente con toda urbanidad qué motivos le impulsara para que se produjera en esos términos; me contestó que era la orden que había recibido para que la procesión no llevara su marcha por otras calles que las de costumbre y que no obstante, estaba decidido a que pasara por la de la Torre y por frente de la Parroquia (¿de San Antonio?). Le manifesté que no podía acceder a lo que quería como autoridad”.

Pero este razonamiento no calmó al capellán quien “insistió en su demanda con más voces, protestando que a la fuerza se le obligaba a retirar la procesión. Le rogué que no se alterara, que si su deseo de llevar la Virgen por distintas calles de otros años era porque la Señora llevaba un manto nuevo, no era objeto para esta alteración, que era una profanación hacer alarde del vestido, pues el objeto de los cultos que se rendían a la Madre de Dios era porque libró a la ciudad de un peligro inminente el día del terremoto; que las cosas sagradas debían tratarse con el respeto que se merecen, sin posponerlas a la riqueza o adorno que se les coloca. Esta contestación irritó más el carácter violento del preste que mandó al Escribano Don José María Gutiérrez, Hermano Mayor de la Cofradía, que levantara testimonio de la protesta que hacía ante el pueblo reunido, al cual parecía incitar con sus gritos, como pidiendo demanda para provocar un conflicto”.   

Reflexiona Castro, “si bien dio con una autoridad que sabe dispensar a todos los actos religiosos y a los ministros de la Iglesia todas las consideraciones a que son merecedores hubiera sido otra persona… es bien seguro que hubiera ocurrido un incidente desagradable”. “Este hecho no es ejemplar en un sacerdote vestido con los ornamentos sagrados hizo, muy a mi pesar, que comprendiese los deberes de su ministerio que en aquel momento había olvidado. Llamé su atención sobre la representación que iba ejerciendo en aquel acto y que era preciso se condujera con más mesura, con más decoro y con el respeto que era necesario… él que debía dar lecciones de piedad, de religión y de respeto en aquel momento”, no sólo “por el carácter y representación que ejercía” sino por “hallarse presente un inmenso concurso” de personas”.

Dice alarmado que, “la procesión regresó a las ocho a su iglesia” por lo que “si le hubiera dejado llevar la dirección que quería el Señor Morote a las once tal vez no se hubiera recogido”.

 Termina su escrito sin ninguna petición concreta: “Entrar en consideraciones sobre este asunto desagradable no me parece oportuno, al reconocido talento e ilustración de V. S. las dejo para que le de todo el valor que en sí tienen. No soy más que un narrador verídico de los hechos y V. S. podrá darles la apreciación que crea conveniente”.

Comprendo que se trata de un incidente sin importancia, pero me permito publicarlo para que se compruebe por una parte cómo se repiten a través de los años ciertas conductas del mundo cofrade que ahora se reproducen de nuevo, y por otra para admirar la elegancia en la actuación y la calidad en la redacción de nuestros antiguos cargos municipales. Ignoro si los actuales, ante una situación parecida, adoptarian la misma resolción y tendrían la misma forma de contarlo.

Del Archivo Histórico Municipal de Cádiz.

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