viernes, 6 de septiembre de 2013

Historias del Olivillo

Parte del plano de la huerta del Olivillo


                                               A Míguel Manzano y su amigo Amelio apasionados del Cádiz subterráneo.

El Cádiz golfo y pecador, que se formó en el siglo XVII y cuyos restos conocimos todavía a mediados del XX, comenzaba en los alrededores del Campo de la Jara y se extendía, más apartado del centro, por la zona del antiguo Campo Santo hasta las tapias del Hospital Real y la playa de la Caleta. Tabernas, casas y huertas de más que dudosa reputación albergaban durante todo el día y en especial por la noche a juerguistas, pecadores varios y amantes del juego. Entre esos antros se encontraban las muy famosas huertas de la Tinaja, del Negro y de la Oliva, llamada después del Olivillo, que habían obtenido su fama por albergar garitos a los que no sólo acudían gaditanos, sino también pasajeros en tránsito hacia América y numerosos marinos habituales de los lugares de perdición de todos los puertos del mundo conocido.

Enclavada en ese barrio, en el conocido como Campo de Santa Catalina, la huerta de la Oliva o del Olivillo albergaba una casa con habitaciones destinadas oficialmente a juego de bochas y algunos billares, junto con un terreno anexo sin edificar: tenía como vecinos a un reñidero de gallos, al cuartel de San Fernando (el antiguo Hospital Mora) y a la fábrica de tejidos de Luis Terry.

En 1854 ocurrieron varios sucesos que necesitaron la intervención del Ayuntamiento de Cádiz, gracias a la cual podemos conocer parte de la historia del Olivillo así como la distribución del interior del garito, en el plano que encabeza esta entrada, donde figuran sus cuartos destinados al oficial “juego de bolos”, nombre con el que se denomina a esta casa en la documentación municipal.

Lo primero que le ocurre al Olivillo este año es un pleito que le pone a su propietario Juan José Costa el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral, que también poseía terrenos en aquel barrio pecador, y que con ocasión de realizar un deslinde de fincas pretendía que cercara la parte de la huerta que estaba sin vallar y por cuya causa “este rincón sirve de noche para varios casos desmoralizados”; así como que tapiara una puerta y unas ventanas que permitían ver el interior de la casa. El informe del Arquitecto municipal Manuel García se inclina por mantener las cosas como estaban y dice que la fachada de la casa debe continuar intacta porque “contribuye al mejor ornato público y a la mayor seguridad de los que transitan por aquel paraje”, paraje que no estaría precisamente muy bien iluminado por las noches.  

Tras esto el Ayuntamiento se acuerda de ese rincón de la ciudad y ordena al citado arquitecto para que averigüe si el solar o plazoleta que formaban la fachada de la huerta y el reñidero de gallos (la actual plaza de Simón Bolívar) se podía considerar un sitio público o si había restos de construcciones o huellas que probaran haber pertenecido a con anterioridad a algún particular. El informe del técnico municipal reconoció que ese solar había sido siempre de libre acceso, sin que se hubiera construido nunca en él, por lo que podía considerarse como una plazoleta pública, tal como ha permanecido hasta nuestros días.

La última intervención municipal en esta huerta tiene lugar en septiembre de ese mismo año, cuando el Teniente de Carabineros Isidro Saiz detiene al contrabandista Ignacio Tolón que vivía en “una habitación en la casa que llaman del Olivillo en el Campo de Santa Catalina”, decomisando dos bultos de tabaco que pesaban 13 libras y que el detenido había enterrado en el suelo de la huerta. Pero al hacer el reconocimiento del terreno buscando otros alijos encontró “la boca de una mina que desde la playa de la Caleta seguía hasta la Fábrica de Tejidos de D. Luis Terry” y que al recorrerla descubrió “otras tres bocas a derecha e izquierda”. En el consiguiente juicio ante el Juzgado de Hacienda, el Juez de éste ordena al Ayuntamiento que “por el Arquitecto de la Ciudad se reconozca dicha boca” para ver “si ha tenido uso últimamente”; así como “las tapias del edificio” para comprobar “si pueden saltarse fácilmente”.

El arquitecto, que se resistió hasta tres meses a inspeccionar el pasadizo lo que le valió varios requerimientos y amenazas del citado Juez, informó finalmente a desgana que la mina era una antigua madrona y que las tapias tenían una altura que hacían imposible se saltasen con facilidad. Tras esto el Gobernador recordó una vez más al Ayuntamiento que cumpliera su orden de que se cerraran con rejas todas las “bocas de minas” existentes en la ciudad para impedir que éstas fueran utilizadas por los contrabandistas.

¿Era la huerta del Olivillo además de un reconocido garito de juegos prohibidos, aunque tolerados, un refugio de contrabandistas? Las pruebas históricas parecen confirmarlo. En cuanto a la “mina” descubierta por el eficaz Teniente de Carabineros desconocemos su extensión y su recorrido, pero no dudamos que pronto lo sabremos gracias a algunos de los jóvenes investigadores que se dedican últimamente con éxito al estudio del subsuelo gaditano.      

  Del Archivo Municipal de Cádiz.

2 comentarios:

  1. Qué gran artículo! Si Amelio hubiese conocido aquellos días, seguro que iría allí a jugar a los bolos y hacer apuestas!

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  2. En la Caleta, bajo el puente que lleva a San Sebastián, antes de ser relleno de arena había una entrada según tengo entendido a unas cloacas de hace unos cuantos siglos. A ver si cavan, pala y cubito y mano, se adentran, y lo documentan.

    Miguelón y Amelio

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