Acabo de escuchar en la radio que en un teatro de Madrid ha actuado durante las pasadas Navidades un cantaor “gadita”, lo que me ha hecho retroceder algunos años, bastantes ya, a la primera vez que escuché esta expresión.
A finales de los años sesenta comenzaron los primeros cofrades gaditanos que marchaban a Sevilla a admirar su riqueza patrimonial y de paso para aprender lo que era una Semana Santa de verdad, para así poder despreciar mejor la de su ciudad, a recibir de sus amigos sevillanos los calificativos de “gaditas” y “caletis”, el primero porque se referían con entusiasmo a Cádiz y el segundo porque siempre estaban hablando de la belleza de esta playa. Lo cual es comprensible dada la austeridad y modestia de los sevillanos en los elogios a la belleza de su tierra.
Por lo tanto “gadita” era un calificativo despectivo, un insulto, no sólo para mí sino para muchos gaditanos de mi generación. Con los años lo que era un insulto, quizás por proceder de la “madre” Sevilla, se convirtió en una alabanza, ya que designaba a la persona que defendía las tradiciones festivas y culturales de la ciudad. La labor continuada de los periodistas que forman y crean nuestra cultura ciudadana, unos por ignorancia de juventud y otros por haber pasado por el filtro sevillano, hizo común esta palabra hasta llegar al día de hoy en que se ha instalado en nuestra habla diaria como un gentilicio.
Así pues “gadita” es el gaditano “trianero” por entendernos, el “miarma” de Cádiz, el que sólo valora lo que se extiende en el espacio geográfico comprendido entre el faro de la Caleta y las Puertas de Tierra. El fanático y en muchas ocasiones chabacano que “muere por Cádiz” y al que su incultura y su catetismo le impiden apreciar las bellezas y cualidades de otras poblaciones, ni siquiera las más cercanas a la suya. Es decir que el “gadita” es el menos gaditano de los que habitan esta isla, ya que Cádiz ha sido a lo largo de su historia la ciudad menos cateta de Andalucía, y en algunos momentos históricos de España, la más abierta a las personas, modas y corrientes culturales y sociales de todo el mundo; éste ha sido su sello identificador, su apertura cultural y su tolerancia, que la alejaban del fanatismo que no se apreciaba en la ciudad… ni en el fútbol.
Claro que los tiempos cambian, y ahora se imponen los sucedáneos del nacionalismo político, como expone en su artículo de hoy el profesor González Troyano citando el caso del nacionalismo sevillano. En Cádiz también ha surgido con fuerza este nacionalismo cateto al que no han conseguido moderar o encauzar los políticos locales, sin nivel intelectual para ello, ni el profesorado universitario, la mayoría tan alejados de la ciudad y de su vida como si la UCA estuviera situada en la provincia de Albacete.
Curiosamente, mientras este nacionalismo gaditano no ha prendido en el mundo cofrade, donde prima un desprecio generalizado por las tradiciones gaditanas y la imitación servil de las sevillanas, hasta el punto de haber decretado la desaparición de los artículos en sus textos, ni la Piedad ni el Palillero, Piedad y Palillero y punto; ello fruto de un complejo de inferioridad que sólo se explica por su desconocimiento histórico, a pesar de ser en éste ámbito donde ha surgido un extraordinario conjunto de jóvenes investigadores del patrimonio histórico y cultural de la ciudad. No comprendo cómo los aficionados al flamenco, al carnaval o al fútbol reconocen el valor de sus antecesores y ensalzan las glorias del pasado mientras que los cofrades reniegan de las generaciones anteriores, como lo prueba el que se pueda escuchar y leer descalificativos insultantes de todo tipo hacia ellos, sin olvidar que lucharon por preservar esta tradición y el patrimonio cofrade a través de los años, incluso en épocas difíciles en las que pertenecer a una cofradía más que reconocimiento social suponía asumir riesgos e incluso peligros.
Así que lo siento, no seré un digno hijo del Cádiz del siglo XXI, pero yo prefiero que me llamen “gaditano”, quizás es que sea un inmovilista, pero vengo de una mezcla de abuelos, un gallego de Ferrol, una murciana de Águilas y dos de Bornos, que se consideraron gaditanos, quisieron a esta ciudad y me inculcaron su amor a ella y su sentido ciudadano tolerante y abierto. Y además que ya soy muy mayor para convertirme en un “gadita”.
José Mª: Una vez más tengo que decirte que disfruto leyendo lo que escribes y cómo te expresas. Así que un montón de aplausos, gaditano.
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