Como una pequeña pincelada de la vida cotidiana de Cádiz en el siglo XVII, traemos este relato extraído del Protocolo Notarial de un escribano gaditano, que nos ilustra sobre la gravedad que se daba en esa época a ciertos insultos:
“Hoy veinticinco de septiembre de 1650, estando a la puerta de la Cárcel Real de esta Ciudad, por la reja de ella aparecieron Juan de Pita y Andrés García vecinos a los que conozco y que dijeron”, y aquí cuentan su historia. Se encontraban presos por una querella de Domingo Hernández que los acusó de haber ido el día dieciséis a las 8 de la noche a su casa a matarlo, aunque su mujer pudo cerrar la puerta dejándolos en la calle, por lo que intentaron derribar las puertas y al no conseguirlo comenzaron a gritar”sal de aquí, perro, ladrón, mulato, cornudo que a ti venimos a buscar para matarte”.
Los presos niegan los hechos y cuentan al escribano que, “fueron esa noche a su casa a hablarle y a pedirle un poco de dinero que les debía de los días que se habían ocupado como peones de albañil que son en la obra que habían hecho en su casa y que su mujer les cerró la puerta y por eso llamaron repetidas veces y que les abriese y les pagase”, aunque reconocen que “dijeron otras palabras que de presente no se acuerdan”.
Manifiestan la buena opinión que tienen del querellante, “tienen al dicho Domingo Hernández por hombre honrado, de buena vida y fama y limpio de toda mala raza y persona tal en quien no concurren ni pueden concurrir las dichas palabras ni alguna de ellas”. En cuanto a su esposa “la dicha su mujer ha sido y es muy honrada y de quien se ha entendido y entiende que ha cumplido con las obligaciones de su estado sin haberle hecho adulterio ni traición al dicho su marido viviendo como mujer honrada”.
Terminan su declaración con elogios al querellante y la promesa de no volver a molestarle,”los otorgantes le han tenido y tienen al susodicho por un amigo íntimo y se obligan que en saliendo de la prisión en que están no tendrán ruido, pendencia ni otra manera, ni molestarán de palabra o de obra al dicho, a su mujer, ni a los testigos que juraron en fase sumaria”.
Como fiadores para salir de la cárcel proponen al Capitán Pablo de Vargas y al Sargento Alonso de Espina, ambos de la Compañía de Don Cristóbal Marruffo de Villavicencio.
Al día siguiente los militares fiadores asisten a la escribanía y se reúnen con el querellado Domingo Hernández, quien llega aun acuerdo y les perdona “por haberse retractado de las dichas palabras”.
Del Archivo Histórico Provincial de Cádiz
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