lunes, 27 de febrero de 2012

MUJERES GADITANAS: DOS MUJERES HONRADAS




En 1749 se produjo un altercado en una nevería, establecimiento similar al café en el que además se servían bebidas frías, sita “en las casas de Don Juan de Soto”, en la que el francés Juan Colomín tenía instalado una mesa de billar, juego al que eran muy aficionados los gaditanos. Se entabló una discusión entre Martín Soloné, “marinero francés natural de Cabrestón, artillero del Navío nombrado La Belona” y dos damas gaditanas, Catalina Miranda viuda de Diego Romero y su hermana Isabel de Miranda casada con Juan Rus.
En la pelea el francés “ofreciéndose quimera de palabras, impaciente de cólera y con la cabeza caliente” llegó al insulto y “ultrajó ignominiosamente a las referidas,  dando a entender en idioma francés que eran malas mujeres”.
Las ofendidas denunciaron los hechos al Gobernador de la plaza “quien mandó poner preso a el dicho Martín donde ha estado cinco días en el cepo” es decir sujeto a una pieza de madera que lo inmovilizaba.   
Al cabo de los cinco días el marinero galo compareció ante un Escribano diciendo de las insultadas “que son mujeres honradas, sin mácula en su honor y de conocidos procederes y como a tal les conoce y le consta”, y que actuó “sólo arrebatado de la cólera”, por lo que les pedía perdón, perdón que naturalmente obtuvo.
De este pequeño incidente podemos extraer algunas conclusiones:
Primero que, a pesar de ser la nevería un lugar público frecuentado sobre todo por hombres, no resultaba rara la presencia en ella de mujeres que asistían sin compañía masculina a esos establecimientos, en este caso se trataba de una viuda junto con su hermana casada, lo que contradice la existencia de normas escritas y no escritas que, según nos cuentan, impedían el libre tránsito de las mujeres por los establecimientos públicos.
En segundo lugar hay que destacar la decisión de las dos mujeres de denunciar al marinero por ofenderles públicamente y la rapidez del Gobernador en castigarle mandándolo a la cárcel y poniéndolo en el cepo.  En el Cádiz del siglo XVIII no hacía falta, para defender el honor de las mujeres, la intervención de ningún hombre fuera padre hermano o esposo, las gaditanas se bastaban solas. También queda claro que, para las civilizadas autoridades de la ciudad, era inaceptable y por lo tanto se debía castigar con todo rigor el maltrato de palabra a las mujeres.
Y por último como anécdota señalar que el marinero era natural de la localidad atlántica de Capbreton en Las Landas, que el amanuense gaditano traduce por Cabrestón, quizás ignorando la grafía francesa o quizás buscando otro sentido a esta palabra.
            Del Archivo Histórico Provincial de Cádiz

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