Un carro teatral como los de Cádiz |
En 1679 se contrata con Miguel Malo de Molina, representante de la compañía de Ángela León “los autos y regocijos que se acostumbra a representar todos los años con ciertas calidades que son las siguientes, primero se obliga a representar un auto Sacramental titulado “La vacante general” el día primero de junio que es el día del Corpus Cristi luego que se recoja la procesión a las puertas de la Iglesia Mayor (la Catedral Vieja) según estilo, con la loa, entremés y mojiganga. Y la misma representación a las puertas del Cabildo de esta Ciudad. Que después de hechas las dos representaciones, se han de volver a repetir otras cuatro representaciones más, a la voluntad de la ciudad de Cádiz y por las seis representaciones se han de dar 6.400 reales de vellón, 2.400 ahora al contado, y los otros 3.000 el 29 de este mes, y asimismo se nos ha de dar todos los vestidos, raras y demás cosas que son necesarias para el vestuario y adorno de las mojigangas y entremeses del auto según costumbre”.
El Cabildo Municipal corría con todos los gastos de estas representaciones, para el Corpus de 1679 encarga al maestro carpintero Juan Antonio por un importe de 5.000 reales de vellón “los carros en que se representase el Auto Sacramental el día del Corpus Cristi, tramoyas, burlas y demás cosas que fueran necesarias para su representación en la loa y mojiganga y traer los carros a la plaza principal, casas del Cabildo y del Sreñor Gobernador, hacer los tablados para el Cabildo en la Iglesia Mayor y para los comediantes” y al maestro pintor Juan Fernández por 800 reales de vellón “lavar, pintar y dorar los carros, figuras, tramoyas y paños que fueran necesarios para su representación del Auto Sacramental y las mojigangas, dorando y pintando todas las figuras y cosas que fueran necesarias”.
Junto con los autos sacramentales se celebraban otras actuaciones como la de los gigantes y cabezudos y la de danzantes que ejecutaban sus bailes en la misma procesión, en la que participaban desfilando junto con la compañía teatral que actuaría después. En el contrato que celebra el Cabildo municipal con el sevillano Francisco Ventura en 1661 para la realización de estas danzas, se concierta la obligación de efectuar “en la Fiesta del Santísimo Sacramento que se celebra el día del Corpus Cristi”, “cuatro danzas, las dos de sarao de a diez personas cada una y las otras dos que llaman de cascabel”, por las que percibiría 7.000 reales de vellón, 3.000 al contado para que traigan sus vestidos de Sevilla y los arreglen y el resto “cuando hayan cumplido”. Las danzas se efectuarían “en la procesión por las calles según estilo y costumbre hasta hoy guardada y que se observará de aquí en adelante entre los fieles”.
Pero la presencia de las cómicas y de los danzantes en la procesión causaba tal expectación que no era bien vista por los regidores municipales, que en 1672 consiguen un acuerdo por el que consideran “que es indecente en la procesión del Corpus la danza del cascabel y la de los gitanos por no servir sino de alborotar la procesión” se acuerda suprimirlas y con lo que se ahorre “hacer la representación de autos sacramentales con calidad”. Tampoco el desfile de los cómicos vestidos con los ropajes que usarían en los autos y situados en el centro de la procesión entre el cabildo municipal y el catedralicio era mirado con agrado, como argumenta el regidor Alonso Pérez Roldán, “pues es sitio para un gran príncipe y no para una farsa”, por lo que se acuerda que la compañía no asista a la procesión y se dirija directamente a las casas consistoriales para representar el auto una vez concluya la procesión.
Pero la supresión total de esta celebración lúdica ocurrirá en 1775 cuando el Cabildo Municipal, argumentando que “el alboroto que causan los gigantes puede restar al culto”, que “en la Corte ya se han suprimido”, que “a veces tocan en la indecencia” y que” podría mejorarse otros exornos callejeros con su supresión”, se acuerda “que así como se han ido suprimiendo otros adminículos o muebles de la procesión autorizados por la costumbre y de no menos antigua tolerancia como son los Bogigescos, Tarasca, y Papagüevos, suceda ahora lo mismo con los gigantes”.
Con esta resolución, que estaba en la línea del reformismo borbónico de depurar las manifestaciones religiosas de ritos supersticiosos y celebraciones paganas, y que seguía al acuerdo adoptado por el Ayuntamiento de Madrid tres años antes, se adelantó Cádiz a la Real Cédula de 1 de Julio de 1780, por la que se ordenaba que “en ninguna Iglesia, sea Catedral, Parroquial o Regular haya en adelante Danzas ni Gigantones, sino que cese del todo esta práctica en las procesiones y demás funciones eclesiásticas como poco convenientes a la gravedad y decoro que en ellas se requiere”.
De los archivos Histórico Provincial y Municipal de Cádiz
Hola José María, te comento que en el Corpus de Seviila de aquella época, había también elementos profanos, como: los gigantes y cabezudos; las mojarrilas, que hacían las veces de diablillos; el Padre Pando y la Madre Papahuevos; y una especie de hidra de siete cabezas. Además, había diversos cuerpos de bailes como el de los Valencianos, los Gitanos, las espadas y los Seises que es el único grupo de baile que ha llegado hasta hoy día.
ResponderEliminarComo tu bien cuentas en tu interesante relato, en Sevilla sucedió lo mismo, la Real Orden no llegó hasta el 20 de Septiembre de 1780.
Aunque años antes ya había dos Ministros de la Justicia Real, que apartaban a las gentes de estos grupos paganos, que faltaban a la seriedad
y veneración de las imágenes.
Un cordial saludo, y me ha gustado mucho tu blog por lo que te seguiré visitando.