Me agradó la noticia de que el Ayuntamiento ha repuesto los dos quioscos de la plaza de San Juan de Dios que existían antes de su reforma y remodelación.
Para los que fuimos niños en los años X del siglo pasado, el quiosco era nuestro “super”, el lugar donde por poco dinero podíamos adquirir infinidad de chucherías, muchas productos del país elaboradas por los propios quiosqueros como los altramuces, las cotufas, las algarrobas o las pipas; otras más sofisticadas como las coloreadas pastillas de leche de burra o, el colmo de la modernidad y el signo de la incorporación de España al mundo desarrollado, los chicles Bazooka.
Además era nuestro “Corte Inglés” donde admirar y adquirir, junto a joyas literarias como los tebeos y cuentos, los más caros de éstos troquelados, pequeños y modestos juguetes, en algunos casos pura artesanía local; tesoros de papel como los pequeños abanicos tan apreciados por nuestras hermanas y unos objetos parecidos con mangos y que se abrían al plegarse, cuya utilidad siempre ignoré y que ahora han vuelto a aparecer al abrigo de la imperante cultura comercial china.
Los más atrevidos compraban los peligrosos, según las madres, tías y abuelas, triquitraques y unas piedras que saltaban chispas al estrellarlas contra el suelo y cuyo uso tenía el riesgo de que se asustaran los más pequeños causando las iras de sus mayores, casi siempre verbales y nunca comparables a las de los progenitores del siglo XXI; piedras que los más mayores utilizaban para “cortejar” a su manera a las niñas con el refinado procedimiento de lanzárselas a los pies para verlas saltar evitando las chispas.
También para los varones que estrenaban pantalones largos tenían los quioscos un atractivo especial, ya que proveían del material imprescindible para su “rito de paso” de la infancia a la juventud, el tabaco. Era en los quioscos donde se podían adquirir los cigarrillos “chester” que vendían “sueltos” y con los que muchos nos iniciamos en este abominable vicio.
Mi recuerdo pues para estos quioscos, en especial para los dos de la plaza de Mina que, al igual que los más modestos canastos sostenidos con sus bastidores de madera o las barquilleras con ruleta que nos acercaban peligrosamente al mundo de la ludopatía, constituyeron el universo consumista de nuestra infancia, al tiempo que sirvieron de medio de vida para algunas familias gaditanas en esa época.
Quiosco de San Agustín |
Del Archivo Municipal de Cádiz.
José María: De pequeño vivía en Salamanca. Tenía dos kioskos preferidos, el de mi calle –Torres Villarroel- y el que estaba enfrente del colegio de los salesianos. Allí compraba los TBS, Capitan Trueno, Pequeño Pantera Negra, chicles, pipas en cantidad, ¡caracoles! –me encantaban- cromos de las diversas colecciones que hacía -¡llegue a completar una!-, bolas de barro o cristal para jugar, mixtos cachondos –así llamábamos a lo que vosotros denomináis “triquitraques”, globos… Era la gran despensa y surtidor de nuestros sueños de niños. Decirte que en muchas ocasiones no tenía dinero para comprar “Pequeño pantera negra”, pero… en los kioskos salmantinos existía el alquiler. Si, por una pequeña cantidad te dejaban el tbo y lo podías leer al lado del kiosko. Muchas veces lo hice así. Muy bonito tu post que me trae recuerdos muy agradables.
ResponderEliminarExiste una fotografía, mas o menos de esa época, de un kiosco en la plaza de San Agustín, pero el diseño no se parece en nada a este. El de la fotografía es de estilo arabesco. Supongo que se trata del mismo y que el diseño no se corresponde con el que se presentó al Ayuntamiento
ResponderEliminarProbablemente; éste fue el boceto que presentó el solicitate al Ayuntamiento,aunque al final se construiría el otro de la foto.
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