viernes, 7 de diciembre de 2012

HUGUES JAHIER. VENECIANOS EN CÁDIZ

El escudo de la Serenísima República de Venecia en la basílica de San Marcos
El día 23 de febrero de 2006 el desaparecido historiador francés Hugues JAHIER, tan amante de Cádiz y de su verdadera historia, pronunció esta conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la UCA. Como le ayudé en su traducción al español, me permito ofrecer este resumen un poco libre de la misma como recuerdo a su autor.      

   
Los súbditos de la Serenísima República en el Cádiz de su Edad de Oro. Una cumbre entre mercaderes.

Tras estudiar desde hace cuatro años las fuentes, en búsqueda de informaciones sobre la comunidad franco-suiza, puedo decir que los escasos casos de venecianos encontrados, se desmarcan de todo lo que he podido encontrar hasta ahora. Aunque no tengo una visión exhaustiva, porque no  he consultado más que los padrones de vecindad que se conservan en el Archivo Municipal, las partidas sacramentales del Archivo Catedralicio y parroquiales, y – lo fundamental – los protocolos notariales del Archivo Histórico Provincial, falta todavía realizar un análisis de gran amplitud que nos aproxime a esta comunidad extranjera que todavía no ha recibido los favores de los historiadores.

Según el Padrón de Extranjeros, redactado con mucho cuidado en 1791, había en Cádiz unos 21 Venecianos declarados. Un número muy reducido al compararlo por ejemplo con los Suizos que en el mismo censo eran más del doble. Tampoco hay que olvidar que en esta época Cádiz superaba a los 70.000 habitantes.

Se podría pensar que este número era totalmente desproporcionado con la potencia comercial de Venecia .Pero esta potencia quedaba ya muy atrás y tenía nada que ver con la lejana época del apogeo veneciano que se sitúa entre los finales del siglo XII y los principios del siglo XVI, período durante el cual, gracia a sus posesiones marítimas, Mandaba en todas las vías comerciales del Mediterráneo hacía el Próximo Oriente. Se puede decir que desde la batalla naval de Lepanto en la cual participo con los aliados españoles Miguel de Cervantes y que marcó su ultimo rechazo contra el expansionismo turco, Venecia se hundía en una insuperable decadencia. Sin embargo la República conservaba un prestigio, menos por sus últimas posesiones como por su gran atractivo tanto cultural como festivo.

Pero fuera cual fuera el pálido reflejo de la Venecia del siglo XVIII sobre el “tablero de ajedrez” europeo a través sus instituciones cada vez siempre más “esclerotizadas”, los venecianos conservaban una eficaz mentalidad comercial.
                                                                                                                    
Nunca se contabilizaron muchos Venecianos en Cádiz, pero a pesar de su corto número, consta que esta “mini colonia” ejerció en la 2ª mitad del siglo XVIII una intensa actividad del que los miembros de la misma nos cuentan a través unos actos que describen en prolijos relatos.

Cádiz contaba con 21 súbditos venecianos declarados, más el cónsul, sus criados y empleados. De ellos 12 estaban casados, 11 con Españolas entre las cuales 7 gaditanas y 1 Catalana, y otro con una mujer Inglesa.

Podemos dividirlos en 3 grupos: El comercial con unas 16 personas entre navegantes, mercaderes al por mayor, tenderos y artesanos. La servidumbre que contaba con 3 sirvientes y 1 mayordomo. Y como caso singular un dentista.

Residían en 10 barrios de la ciudad, la tercera parte en el de “San Roque y el Boquete”, principalmente establecidos en la Calle Sopranis.

El censo de 1791 nos enseña algunas uniones de venecianos con italianos de otras regiones: Dos sirvientes, un hombre y una mujer, vivían bajo el mismo techo que su ama, la bailarina florentina Ana Cantini, en la calle de la Comedia; por lo que se supone que pertenecía a la compañía de este teatro, o estaba de gira en Cádiz. Un oficial sastre compartía domicilio en la Calle del Vestuario,  con otro italiano colega suyo, en la casa del maestro sastre, un milanés. En la Calle de las Descalzas vivían en la misma casa dos venecianos ligados con los mismos intereses comerciales, uno como mercader bajo la bandera española y otro como capitán de un navío mercante.

El estudio de una treintena de actas notariales, casi todas de carácter testamentario, nos permiten hacernos un retrato del veneciano residente en Cádiz entre 1751 y 1798, como es el caso de los tenderos que se dedicaban a la venta de productos de Venecia, cristales y espejos, ebanisteria, cueros y puntillas.

A través de sus cuatro testamentos redactados entre 1781 y 1792, Diego Carli nos habla del lujo del comercio de Cádiz. Tenía su propia tienda de “géneros dorados“, posiblemente encajes dorados, en la Calle Sopranis esquina a la de Santo Domingo, también facilitó a uno de sus yernos que abriera otra en la calle de los Doblones, y a otro hijo político tener la suya en la calle de Don Carlos, al prestarles tanto dinero en efectivo como el género para las tiendas, por lo que en 1792 uno le debía 800 pesos y el otro 1500.

Esto es sin contar que había avanzado el costo del viaje de uno de ellos desde Venecia con su mujer y sus cuatro hijos, al que ayudó para rehacerse tras tener una quiebra en 1779. Todo ello a partir de un modesto capital inicial “…invertido en géneros venecianos que tenía de surtímento en una tienda almacén de mercería en los entresuelos de la casa del Regidor D. Jeronimo Rabasquiero y Riesco…“.

Pero también había mercaderes que se dedicaban al comercio al por mayor e internacional de ultramar, como Pedro José Abila que servía de “Capitán de balandra del Rey y práctico de los navíos de guerra de la armada francesa en toda América“. Estaba afincado en Santa Cruz de Tenerife, pero tenía casa e intereses en Cádiz y ”en todos lados“. Se había casado en 1733   sin un duro y 18 años después declaraba unos 4000 peso, en alhajas de oro y plata, y le debían Su Magestad 22 meses de sueldo a 50 pesos el mes “…por razón de los ministerios que he servido en América…”, un socio el producto de la venta en la Isla de Santo Domingo de 3 esclavos negros a unos 200 pesos cada uno, y un capitán de goleta portuense que se encontraba en Cartagena de Indias 560 pesos.  

Otros eran Felipe Ricolini, cuya mujer declara en 1769 tener en su casa entre los muebles y su ropa de valor de 30 pesos, haber pagado de gastos de su enfermedad otros 40 y esperaba las ganancias de su marido ausente en “la Puebla de los Angeles, Reino de Indias” que se podían evaluar en unos 5.000 ducados. O Juan Zerman que tenía un capital inicial de 15.000 ducados en instalaciones y dependencias de su comercio y ocho años más tarde cifraba su capital en unos 25000 ducados, es decir que tuvo un aumento del 66%; todo gracias a sus actividades comerciales.

De la importancia de este comercio y de la riqueza de sus miembros nos ilustra el hecho de que, requerido el último cónsul veneciano también comerciante para que volviera a su tierra tras la desaparición de la República en 1797, contestó que se quedaba en Cádiz, pues con la venta de una sola de las arañas de su tienda ganaba en un día lo mismo que un artesano medio de cualquier ciudad castellana en todo un año.   

Araña veneciana

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