lunes, 9 de abril de 2012

EL COMERCIO Y LA VENTA CALLEJERA EN CÁDIZ






Gitana vendedora ambulante

         
El comercio de Cádiz ha luchado a lo largo de su historia contra la venta ambulante, defendiendo sus intereses contra los mercaderes libres que no tenían las mismas cargas y obligaciones que las tiendas permanentes. Veamos algunos casos que confirman el dicho “no hay nada nuevo bajo el sol”.

            Nada menos que en 1609 un grupo de comerciantes “vendedores de lencería de la calle Nueva” se dirigen al Cabildo municipal diciendo que meses atrás ya se habían quejado “de los inconvenientes y daños que resultan a esta república de consentir anden vendiendo géneros de mercaderías hombres por las calles”, sin que se les hubiera hecho caos, por lo que pedían que no se permitiera esta venta ambulante.

            El Ayuntamiento presionado adoptó este acuerdo, “que ninguna persona que no tenga tienda pública no pueda andar ni traer ni ir vendiendo por las calles ningún género de lencería”, en caso de incumplimiento se le impondría una multa de 1.000 maravedís. Aunque aclaraba de que esto no afectaba a “los forasteros de Castilla la Vieja, los extranjeros y otras personas que vienen de paso a esta ciudad”. Aunque este acuerdo no fue unánime, pues el regidor Jerónimo Hurtado se opuso “porque en todas las ciudades se usa vender por las calles lo que quieran”.

            Pero la venta ambulante no cesaba, en especial en el entorno del mercado de la plaza de San Juan de Dios, donde se vendían productos alimenticios fuera de los “cajones” o puestos municipales, como denuncia en 1683 Bernardo del Monte, arrendador de la renta de la verdulería: “frente de la panadería se ponen mulatas vecinas de Xerez, Medina, Gibraltar y otras partes, a vender frutas sin pagar derechos algunos”, lo que según el denunciante había originado que los puestos que el administraba “están vacíos sin arrendar”, consiguiendo que el Ayuntamiento prohibiera a estas vendedoras ambulantes ejercer su oficio.

            En esta plaza también se vendían otros productos, en 1643 Jerónimo de Barahona y Ana de Soto se quejan que tienen tiendas y almacenes de loza en la ciudad y pagan todos los impuestos y hasta cumplen con sus deberes con la Milicia local, “acudiendo con sus guardias, rondas y centinelas cuando les toca” y sin embargo el Cabildo municipal “ha permitido a los forasteros que se pongan en la puerta del Mar, en la aduanilla y en la misma plaza a vender “ y solicitan, sin conseguirlo, que se les prohíba la venta ya que creen que “deben ser preferidos los que cumplen con estas obligaciones” como hacen ellos.

            Un suceso lleno del espíritu de la picaresca que inundaba Cádiz en esa época por su condición de puerto de mar cosmopolita lo en 1618  el verdugo local Domingo de Castro. El cargo de verdugo en Cádiz estaba muy mal pagado, su titular era casi siempre un esclavo alquilado a su dueño y que vivía casi en la miseria, por lo que no extraño que buscara triquiñuelas para sobrevivir.

            El caso es que este verdugo escribe al Ayuntamiento exigiendo una vivienda ya no cobraba y el domicilio que se concedía era la propia cárcel,  “como esclavo que soy se me de casa”, y luego destapa una corruptela. Al parecer “si algunas gitanas vendían por la ciudad” se “concertaban” con su antecesor para que les dejara vender “y lo que le daban poco o mucho era para ayuda de sustento”, pero “al querer yo hacer lo propio por comer y ser tampoco la paga”, y pedir “a las gitanas que me diesen algo, si habían de vender”, otro funcionario municipal, “Juan el pregonero les dice que con él lo han de haber, y no conmigo”, seguramente sería otro esclavo ya que solían ocupar el oficio de pregonero. Pero no contento con eso “fue a mi posada a tratarme mal de palabra diciendo que soy un pícaro verdugo y que me entremeto con las corredoras”.  Exige “que se cumpla lo que a los demás de su oficio”, incluida la “propina” por permitir la venta ambulante. El cabildo municipal acordó fijarle un sueldo de 42 reales de vellón cada mes para que se pagara una casa, sin darse por enterado del cobro a las pobres gitanas vendedoras.

            Este conflicto continuaba todavía en 1719 cuando el Ayuntamiento tuvo que defenderse de un pleito en la Chancillería de Granada, desconocemos contra quien, al haberse impugnado la ordenanza municipal “prohibiendo que por las calles se vendan lienzos, encajes, listonerías y otros órdenes semejantes”.

            Lo dicho “nada nuevo bajo el sol”.

            Del Archivo Municipal de Cádiz.

1 comentario:

  1. Es una actividad muy vista en la ciudad, ofrece buenos productos y a pesar de la lucha por no tenerlos en las calles estos continúan con su trabajo.

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