sábado, 4 de febrero de 2012

UNA BODA POR INTERÉS

          
           Cuando Felipe V unificó las marinas entonces existentes para formar la Marina Real, creó la figura del Intendente General, para la que designó al milanés de padres españoles Joseph Patiño Rosales, nombrándole también Presidente de la Real Audiencia y Casa de Contratación a las Indias, a quien la Bahía de Cádiz debe agradecer el que trasladara dicha Audiencia de Sevilla a Cádiz por considerarlo un puerto más capacitado para preparar las grandes expediciones hacia América por las condiciones de su bahía.

           Pero no vamos a hablar de esta eminente figura del siglo XVII sino de su mayordomo, el francés Francisco Dufou que servía a su amo en su domicilio de Madrid. Al trasladarse aquel a Cádiz a hacerse cargo de su nombramiento marchó en su compañía, pero antes de su salida hacia el sur “concertó con Don Marcelo Abrahan Maldonado y su esposa Francisca Horduño la boda de su hija Theresa Abrahan Maldonado”. Se debió tratar de una boda con una diferencia notable de edad entre los cónyuges a la que los padres accederían por la posición desahogada del novio, a la vista de lo que luego aconteció.
           Una vez aposentado en Cádiz solicitó “traer a mi compañía a la dicha Theresa para cumplir con las obligaciones de mi estado”, a lo que la joven esposa se resistió. El esposo habla que su esposa “ha hallado repugnancia”  en la marcha a Cádiz, “ya sea por resistirlo el dicho su padre, o por haber asentido la referida involuntariamente al dicho matrimonio”.
Nuestro mayordomo francés acudió al Escribano para apoderar a un sacerdote, el también francés  Antonio Milón, “Theniente de Cura de San Pedro el Real en la dicha Villa de Madrid”, para que en su nombre “verifique y aclare a la dicha Doña Theresa Abrahan Maldonado si asintió a la celebración del dicho matrimonio con su libre voluntad para que fuese legítimo y duradero, y manifestado así, la haga obligar y obligue a que pase y venga a esta ciudad a mi costa con la decencia correspondiente”.
En caso contrario que declarara “haber asentido involuntariamente a la celebración del matrimonio, exponga los motivos y causas que tuviere para invalidarlo y anularlo, sacándola para este efecto de la casa y poder de los dichos sus padres, poniéndola en parte y lugar donde libremente manifieste su deliberación, y siendo la impugnación del matrimonio contraído, siga a mi nombre su anulación hasta que se le declare inválido”.
No cabe duda de que la actitud del mayordomo herido en su honor estaba apoyada por su amo, pues en el acto de la firma del poder notarial lo acompañan y firman como testigos Alberto Gaztelázur y Eugenio Montero que eran dos opulentos contratistas “Provisionistas de Víveres de la Armada”, sin duda del entorno de amistades del Intendente Patiño.
Lo que le pasó a este marido frustrado debió ser corriente en esa época cuando eran frecuentes los matrimonios forzados por la autoridad paterna, como denunciaba Joaquín Amorós un jurista de la época: “muchas veces los padres y parientes por fines particulares…se resisten a consentir en el matrimonio justo y honesto que desean contraer sus hijos, queriéndolos casar violentamente con persona a quien tienen repugnancia, atendiendo regularmente más a las conveniencias temporales, que a los altos fines para que fue instituido el Santo Sacramento del Matrimonio”. 
Ignoro el final de esta historia, aunque supongo que la novia, una joven rebelde para su época, aunque se lo pidiera el padre Milón seguiría sin estar interesada en reunirse con su esposo con lo que se perdería los encantos de éste y los de la bella ciudad gaditana.
 Del Archivo Histórico Provincial de Cádiz.





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