viernes, 13 de enero de 2012

EL CORREGIDOR EXCOMULGADO

            Dedicado a los hijos de Galicia que durante siglos contribuyeron,
con su trabajo en el muelle de Cádiz, al desarrollo de esta ciudad.


Esta historia comienza con un palanquín, un miembro del Palanquinado, la corporación de cargadores del muelle gaditano integrada exclusivamente por naturales del Reino de Galicia, sin que nadie que no fuera gallego pudiera dedicarse a este oficio. Su nombre proviene de la palanca o viga que usaban para llevar a hombros los fardos y toneles que se embarcaban con destino a las Indias, carga habitual al no ser los municipios cercanos a Cádiz zona de cereales, a diferencia del muelle de Sevilla donde era usual el embarque a las espaldas de costales o sacos, lo que sin duda contribuyó a los distintos estilos de carga procesional en las dos ciudades. Los palanquines sobrevivieron tras la disolución de los gremios por las Cortes de Cádiz, aunque los estibadores gallegos continuaron trabajando en este puerto hasta casi nuestros días.

Los palanquines eran gente valiente que no temían enfrentarse, en defensa de las mercancías que se les encomendaba, a cuantos maleantes pululaban por la Puerta del Mar, el Boquete (calle Plocia) o San Juan de Dios a la espera de alguna oportunidad, así como con sus competidores genoveses, quienes no dudaban en recurrir a la agresión a cuchillo para disputarles las cargas  . Esta fama de hombres rudos y pendencieros hizo que el Cabildo municipal publicara en 1604 una Ordenanza en la que les impone “Que no puedan traer ningún género de armas porque detrás de ellas, aunque sea un cuchillo, se ha visto herirse y matarse por pocas cosas y atreverse a las mayores.”.

Años más tarde uno de estos palanquines gallegos provocó un grave incidente en la ciudad al enfrentarse a un funcionario de la Justicia, el Alguacil Miguel, quien había intentado cometer un abuso y apropiarse de parte de su ajuar doméstico trabajosamente adquirido. Nuestro hombre buscó al Alguacil y le dio “una muerte alevosa” en la tapia de la Alhóndiga, hoy Palacio de Congresos.

Al enterarse de la muerte de su subordinado el Licenciado Francisco de Alvarado Corregidor de la ciudad, mandó prender al palanquín y ordenó que fuera ahorcado de forma inmediata. La rapidez de su ejecución impidió cualquier defensa por lo que sus compañeros recurrieron al Obispo denunciando el caso. Ignoramos cuales fueron los otros motivos que lo motivaron, pero el caso es que el Obispo procedió a decretar la excomunión del Corregidor. Éste apeló la decisión episcopal a la Chancillería de Granada, pero en este tiempo llegó el Corpus y para una autoridad gaditana de esa época resultaba imprescindible su presencia en la procesión, que era el escaparate anual de todos los estamentos civiles y religiosos de la ciudad.

Temeroso el Corregidor de que llegara este día y no pudiera participar en el cortejo recurrió al Cabildo municipal pidiendo que intercediera ante el Obispo para que, al menos el día del Corpus, le levantara la excomunión y le permitiera asistir a la procesión. El Cabildo así lo acordó, ya que al fin y al cabo el Corregidor era una de las autoridades principales de la ciudad y su prestigio pesaba más que la vida del vengativo palanquín.

No sé qué resultado tendría el final del recurso planteado ante la Chancillería granadina, pero el Obispo accedió a la petición municipal de clemencia y el Licenciado Francisco de Alvarado pudo desfilar en la procesión del Corpus con su traje y sombrero negro, su espada al cinto y su vara en la mano símbolo de su poder que de forma tan rígida y expeditiva había usado contra el humilde palanquín.

Sacado del Archivo Histórico Municipal de Cádiz.

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