En el siglo XVII en Cádiz, como en otras poblaciones, se conocía como “el Rastro” al matadero que suministraba la carne a la población civil, pudiendo deberse su nombre al rastro de sangre que dejaban los carros que trasportaban las reses y despojos hacia las carnicerías. Se encontraba situado en la Plaza de San Roque donde se ubicaba la ermita y el baluarte de ese nombre, en el mismo lugar en que permaneció hasta bien entrado el siglo XX cuando se trasladó al otro confín de la ciudad en los terrenos arenosos existentes tras las instalaciones de la Telegrafía sin Hilos donde ha permanecido ya sin funcionar hasta hace pocos años.
Su localización contribuyó a la creación del ambiente taurino y flamenco del barrio de Santa María, pero su emplazamiento no estaba libre de quejas por las incomodidades que ocasionaba: En 1682 el Cabildo municipal, “para completar la obra de la muralla que está detrás de la Iglesia de San Roque”, consideró “necesario derribar el matadero y tripería”, ya que “molestan sus inmundicias la entrada de la ciudad y a la Iglesia y Santuario de San Roque”, estimando el lugar más a propósito para ubicarlo el “contiguo al Baluarte de Benavides donde hay lugar bastante y no molesta a la ciudad ni a sus vecinos” y “estando tan a la mano el combatidero del agua de la mar de la bahía”.
Pero la Corona tenía otro punto de vista, ese mismo año comunica al Municipio “Que la ciudad había empezado a demoler el matadero, tripería y demás oficinas que allí tenía para acabar el lienzo de muralla en el sitio que llaman el salto”, pero “ese era el sitio en que tenía que estar, en los arrabales de la ciudad”, el motivo “porque las inmundicias las tiraban al mar y los vapores se los llevaban los aires al mar sin que entrasen en la ciudad el mal olor del matadero”. La orden real al Cabildo municipal es tajante “no hagáis ni permitáis novedad alguna sobre ello”.
Ante esto se reformó y amplió el viejo matadero, demoliéndose para ello la ermita de San Roque. En el extremo opuesto de las Puertas de Tierra también se derribó la ermita de Santa Elena, cuyo único recuerdo es la cruz sobre la garita que corona el impresionante lienzo de muralla que ahora podemos contemplar. Por cierto que la obra la realizó el maestro Jerónimo Alonso poniendo el material y los albañiles, costó 43.279 reales de vellón, de los que le pagaron sólo 25.846 dejándole el Cabildo a deber el resto, siguiendo una curiosa costumbre municipal del siglo XVII que afortunadamente no tuvo continuación.
Con el tiempo el nombre del rastro se perdió en Cádiz mientras se conservaba en América y en otro lugares como Madrid, aunque perdiendo en la capital su sentido original.
Del Archivo Histórico Municipal de Cádiz.
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