jueves, 9 de marzo de 2017

Una reflexión sobre la mujer en el siglo XIX.

En estos días en los que escuchamos tantas noticias sobre las teorías del nuevo feminismo, o de las críticas al antiguo feminismo, hoy repudiado como tantas ideas que supusieron un gran avance social en su tiempo, me permito traer aquí unas curiosas reflexiones sobre las mujeres y hombres, en este caso las hijas y los hijos, de un literato español del siglo XIX, el granadino Pedro Antonio de Alarcón.

Se hacía eco este escritor de inquietud que, según él preocupaba a los casados "¿Qué es mejor, tener hijos o tener hijas? Y respondía "Yo he creído siempre que lo mejor es tener hijas, por más que todo buen padre debe amar igualmente, en el fondo del alma, a los varones y a las hembras que DIos le envíe".

Y lo explicaba así "Los varones de la desgraciadísima época a que hemos llegado dan señales muy luego del siniestro espíritu de rebeldía contra la autoridad paterna (y, por supuesto, contra toda autoridad divina o humana), que acabará harto pronto con nuestra decantada civilización. Tiembla uno, pues, desde que se casa, al pensar en las cosas que cuentan muchísimos padres acerca de ingratitudes, desobediencias, recriminaciones y hasta desmanes con que suelen afligirles sus hijos, no bien les apunta a éstos el pícaro bozo".

Distinto era el panorama respecto a las hijas "Con las hijas, rarísima vez acontecen estos horrores, Las mujeres, por su constante proximidad a las madres, conservan todavía, y han de conservar durante mucho tiempo, especialmente fuera de Francia, la bendita religiosidad y todos los puros afectos que de ella proceden". Y las describía así "Las hijas son más piadosas, más obedientes, más tiernas, más temerosas de Dios y más apegadas a sus padres que los aventureros hijos. La madre viuda hallará en ellas la protección y asiduidad que son tan raras en los varones, y aun el mismo padre se sentirá siempre más jefe y tutor de sus hijas que de sus hijos. Porque los mozuelos de ahora adquieren pronto, o suelen adquirir, tanta personalidad como su progenitor, aumentada (presumen los muy cándidos) por no sé qué soñado progreso continuo del alma humana".

Se defendía de lo que pudiera ser un pensamiento egoísta con estos dos argumentos, el primero que por las ventajas que les daban a las hembras "su religiosidad y consiguiente apego a sus padre, a la virtud y al hogar doméstico por lo que "toda mujer puede llegar a considerarse feliz, sin ser rica, mucho más fácilmente que su hermano en igualdad de circunstancias. La ambición es demonio que tienta casi exclusivamente a los varones".

Y el segundo argumento, sin duda de gran peso cuando lo escribió era que "Las mujeres dignas de este santo nombre, las nobles depositarias del pudor y de la piedad, no han incurrido todavía en la simpleza de querer ser fiscalas, ministras, polizontas, soldadas ni verdugas, ni están expuestas, por consiguiente, a las tragedias, locuras y crueldades que llenan la vida de los magistrados, de los héroes y de los tribunos". No cabe duda que, salvo en el caso de las verdugas, figura afortunadamente desaparecida de nuestras leyes paneles,erró totalmente.

Salvando las distancias del tiempo en que fueron escritas, hace más de un siglo, estas líneas nos hablan de unas inquietudes que ya preocupaban a nuestros tatarabuelos y reflejan bien la mentalidad de esa época y la posición de las mujeres en España, distinta al parecer de la situación de las mujeres en Francia donde seguramente recibían ya otra educación que las distinguía de nuestras compatriotas.       

Sería curioso ver qué escribiría hoy el escritor granadino si, usando de la fantasía cinematográfica de una maquina del tiempo, pudiera ver la situación actual de la mujer en nuestro País.
     

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