miércoles, 18 de enero de 2012

SAN FERMÍN EN EL CAMPO DEL SUR

      
      Dedicado a Curro Orgambides, jurista, periodista taurino y pariente.

Aunque sin tener la fama que los de la capital navarra, en Cádiz también tuvieron lugar hasta el siglo XX encierros de toros bravos destinados a ser toreados en las distintas plazas que existieron en la ciudad.
Siendo niño mi abuelo acompañaba a su padre arrendatario del servicio y a los vaqueros que traían las manadas de toros desde Camposoto donde los ganaderos entregaban las reses, recorriendo parte del camino por la playa hasta una estancia ubicada en Santa María del Mar. Allí hacían noche para entrar al otro día en la ciudad por una de las puertas de las murallas y dirigirse hasta el matadero o hasta la vecina plaza de toros.
Según contaba mi abuelo, la entrada de los toros en la ciudad era un verdadero espectáculo para todo el barrio de Santa María. Para evitar cogidas de los espectadores que en gran número asistían a estos encierros, en especial cuando eran de los toros bravos destinados a las corridas veraniegas o del Corpus, se ponía una valla de madera que cubría todo el trayecto desde la puerta lateral de la muralla hasta el lugar de encierro de los toros. Era un encierro con todas las de la ley, puesto que toda la chavalería del barrio se las apañaba para colarse en el recorrido y correr delante de los toros, a veces con resultados trágicos de los que dejó constancia la prensa de la época. ¿Desde cuándo existía la costumbre de poner este vallado en los encierros?
Sucedió en 1686 cuando el Regidor Juan Núñez de Villavicencio se dirigió al Cabildo municipal diciendo que “no hay resguardo alguno en la Plaza de San Roque”, llamada así por la ermita de este santo que estaba junto al matadero, y que “mucha gente concurre a ver entrar el ganado que se corta y pesa en las carnicerías”, por lo que ocurre a veces que éste “se experimenta de desmandarse y andar suelto por la ciudad (causando) muchos daños así en la gente mujeres y criaturas como en las mulas de los coches y cabalgaduras de los azacanes (vendedores de agua) y bajando a la Plaza (de San Juan de Dios donde estaba el mercado) que es lo primero que pisan desamparando sus trajinadores el pescado y los otros mantenimientos de los huertos, recayendo a veces encontrarse con el coche del Señor Obispo y también del Señor Gobernador de que resultan muchos embarazos”. Además de estas contingencias no consideraba que los ganaderos debieran soportar “las pérdidas que se les viniesen en matarlos por las calles ni al común gastar carnes molidas”, por lo que propuso que “atajando las bocacalles de dicha plaza con estacas y berlingas cesarán los inconvenientes referidos”.
Así se acordó y este sistema, similar al de otras ciudades que sí han sabido explotarlo como atracción turística, estuvo vigente en la ciudad hasta que por un lado la aparición de los camiones y por el otro el traslado del matadero y de la plaza de toros a Extramuros acabaron con este histórico San Fermín del barrio de Santa María.
Sacado del Archivo Histórico Municipal de Cádiz.   

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